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((**Es14.229**) este punto. Pero el otro, poco satisfecho, saltó diciendo que quería ver a las que iban a tomar el hábito y preguntarles. Tomó entonces la palabra don Juan Cagliero, presente en la conversación, pero portándose como forastero, y apelando a su condición de Director general de las Hermanas. Quiso, por tanto, saber del subgobernador si hacía aquellas investigaciones como autoridad o como amigo; y, si como autoridad, que le demostrase la legalidad de su proceder. Fue larga la discusión. Don Juan Cagliero insistía y machacaba siempre en el punto in qua potestate haec facis (con qué autoridad haces esto), con qué autoridad un subgobernador del reino se metía en casas particulares a inquirir si había doncellas, que tuviesen intención de hacerse religiosas. Que aquel convento era una casa privada; que las mayores de edad tenían su libertad para ello, reconocida por la ley; y que las menores tenían permiso de. sus padres. Que él no quería ceder sino ante el apremio acompañado de amenaza de emplear la fuerza; pero que, aun en tal caso, protestando por escrito y en presencia de testigos. Que si al subgobernador, como autoridad, no le permitiría jamás entrar en casa; en cambio, si venía como amigo, estaba dispuesto a satisfacer sus deseos. El teniente de alcalde se enfurecía, montaba en cólera, soltaba palabras fuertes y maldecía las leyes, que no habían tomado las medidas adecuadas para la supresión de las casas religiosas. El subgobernador tuvo que mandarle callar; después, previendo lo que podía suceder, declaró que se despojaba de su autoridad, diciendo: -Soy Germán Magliani. -Pues yo, replicó ((**It14.262**)) don Juan Cagliero, voy a llamar a la única menor de edad, que es María Terzano. Entonces surgió una nueva cuestión. El señor Magliani pretendía quedarse a solas con la muchacha para poderla preguntar más libremente, pero don Juan Cagliero, con los más atentos términos, hízole notar que, no estando presente el padre, le tocaba a él hacer sus veces, aunque no fuera más que por conveniencia social. Se presentó María. El subgobernador le hizo unas brevísimas preguntas, casi por pura formalidad; la joven contestó muy bien. Después de despedirla, reveló Magliani que precisamente había ido por ella, es decir, para actuar contra su padre, de quien se decía que, por motivos de intereses, estimulaba a la hija a tomar el velo. Pero, en realidad, todo eran patrañas, que hacían correr unos bribones mal intencionados. Don Juan Cagliero acompañó, después, al señor Magliani a visitar el refectorio, donde ya estaban sentadas a la mesa, y hasta le llevó a ver las habitaciones. Aquél se mostró muy satisfecho y, (**Es14.229**))
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