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este punto. Pero el otro, poco satisfecho, saltó
diciendo que quería ver a las que iban a tomar el
hábito y preguntarles.
Tomó entonces la palabra don Juan Cagliero,
presente en la conversación, pero portándose como
forastero, y apelando a su condición de Director
general de las Hermanas. Quiso, por tanto, saber
del subgobernador si hacía aquellas
investigaciones como autoridad o como amigo; y, si
como autoridad, que le demostrase la legalidad de
su proceder. Fue larga la discusión. Don Juan
Cagliero insistía y machacaba siempre en el punto
in qua potestate haec facis (con qué autoridad
haces esto), con qué autoridad un subgobernador
del reino se metía en casas particulares a
inquirir si había doncellas, que tuviesen
intención de hacerse religiosas. Que aquel
convento era una casa privada; que las mayores de
edad tenían su libertad para ello, reconocida por
la ley; y que las menores tenían permiso de. sus
padres. Que él no quería ceder sino ante el
apremio acompañado de amenaza de emplear la
fuerza; pero que, aun en tal caso, protestando por
escrito y en presencia de testigos. Que si al
subgobernador, como autoridad, no le permitiría
jamás entrar en casa; en cambio, si venía como
amigo, estaba dispuesto a satisfacer sus deseos.
El teniente de alcalde se enfurecía, montaba en
cólera, soltaba palabras fuertes y maldecía las
leyes, que no habían tomado las medidas adecuadas
para la supresión de las casas religiosas. El
subgobernador tuvo que mandarle callar; después,
previendo lo que podía suceder, declaró que se
despojaba de su autoridad, diciendo:
-Soy Germán Magliani.
-Pues yo, replicó ((**It14.262**)) don
Juan Cagliero, voy a llamar a la única menor de
edad, que es María Terzano.
Entonces surgió una nueva cuestión. El señor
Magliani pretendía quedarse a solas con la
muchacha para poderla preguntar más libremente,
pero don Juan Cagliero, con los más atentos
términos, hízole notar que, no estando presente el
padre, le tocaba a él hacer sus veces, aunque no
fuera más que por conveniencia social.
Se presentó María. El subgobernador le hizo
unas brevísimas preguntas, casi por pura
formalidad; la joven contestó muy bien. Después de
despedirla, reveló Magliani que precisamente había
ido por ella, es decir, para actuar contra su
padre, de quien se decía que, por motivos de
intereses, estimulaba a la hija a tomar el velo.
Pero, en realidad, todo eran patrañas, que hacían
correr unos bribones mal intencionados. Don Juan
Cagliero acompañó, después, al señor Magliani a
visitar el refectorio, donde ya estaban sentadas a
la mesa, y hasta le llevó a ver las habitaciones.
Aquél se mostró muy satisfecho y,
(**Es14.229**))
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