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de los canónigos. Como quiera que ello fuese, don
Juan Bonetti no pudo tragar la condición de no
poner los pies en Chieri. Resultaba una medida con
sabor a castigo y que, a los ojos de la gente, le
hacía aparecer como culpable de quién sabe qué
falta.
Estaban las cosas en este punto, cuando ocurrió
un suceso desagradable, que nos recuerda el
conocido refrán: <>. Don Juan
Bonetti había contado por carta, brevemente y sin
reticencias, a una persona íntima de Chieri la
historia de su caso hasta aquel día, 24 de marzo.
El amigo, en vez de guardar para sí el escrito
confidencial, tuvo la mala ocurrencia de hacerle
un servicio que el otro jamás podía imaginar.
Transformó por completo la carta, sustituyó el
usted por vosotras, como si fuese una circular,
que el Director dirigía a sus oratorianas, encajó
algunas añadiduras de su invención y después la
hizo leer públicamente en el oratorio, no sabemos
exactamente en qué día y a qué hora; don José
Leveratto ciertamente no fue prevenido, ni tuvo de
ello la menor noticia. Después de la lectura, la
carta corrió de unos a otros y hasta hubo quien
sacó copia. Fue una verdadera desgracia ((**It14.238**)) que,
sólo demasiado tarde, se lograran retirar de las
manos del público las copias de aquella funesta
falsificación. Es inútil añadir que aquellas
noticias, comunicadas en tal forma, llenaron de
chismes la ciudad y añadieron más leña al fuego.
Después de su regreso de Roma, don Juan Bonetti
había deseado conocer el estado de ánimo del
Arzobispo y la ocasión se presentó pronto. En las
primeras semanas después de Pascua solía la Curia
de Turín devolver a los sacerdotes las licencias
de confesión; don Antonio Notario, profesor de
teología en el Oratorio, fue a retirar las de los
Salesianos con la intención de explorar el
terreno. Llevaba consigo a don Luis Deppert como
testigo. No le fue entregada la licencia de don
Juan Bonetti. Hizo observar respetuosamente
aquella falta. Como le contestaron que tal era la
orden de Monseñor, pidió se le entregase un
justificante por escrito, para presentar al
Superior. El secretario, canónigo Chiaverotti, se
resistía, y se produjo un altercado que llamó la
atención del canciller, el canónigo Chiuso. Rogóle
don Antonio Notario que le pidiera audiencia con
el Arzobispo. El canónigo accedió. El Arzobispo le
recibió juntamente con don Luis Deppert y, oído el
motivo de la visita, se negó a entregar las
licencias a los Salesianos que residían fuera de
la Diócesis, incluyendo la de don Juan Bonetti,
aunque tenía su residencia habitual en Turín. Los
hermanos domiciliados en otras diócesis guardaban
las licencias de Turín para poder confesar cuando,
como sucedía a menudo, iban al Oratorio.
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