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año 1841 me he preocupado de recoger el mayor
número de ellos en apropiados parques de recreo.
En 1846 se abrió para los más desamparados y en
peligro un hospicio de caridad, al que las
autoridades civiles y gubernativas solían enviar
esta clase de míseros muchachos. El fin principal
era hacerles aprender un arte u oficio con el que
ganarse un día honrado sustento. Entre los
recogidos había algunos que, por naturaleza,
estaban dotados de especial aptitud para las
ciencias y otros, que por pertenecer a familias
nobles o de posición desahogada venidas a menos,
pareció oportuno destinarlos a los estudios del
Bachillerato. Obtúvose buen resultado y no pocos
de ellos llegaron a hacer honrosa carrera en el
comercio, en la milicia, en la enseñanza y
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algunos, incluso, a ocupar algunas de las primeras
cátedras en las Universidades del Estado. Algunos
también, deseosos de dedicarse al arte
tipográfico, llegaron a ser alumnos de la imprenta
de este mismo Instituto. Estas escuelas fueron
consideradas en todo tiempo por la autoridad
escolástica como obra caritativa, casa de refugio,
escuelas paternales, conforme a la Ley Casati de
enseñanza, artículos 251-252 que dicen: La
Instrucción Pública y el mismo rey Humberto I
fueron siempre nuestros más insignes bienhechores
con su consejo y con subvenciones. Solamente el
curso 1877-78 el Delegado Real ordenó poner en las
clases maestros titulados, so pena de no permitir
la apertura de nuestras clases de bachillerato en
favor de estos nuestros pobres muchachos.
Considerando que esto sería una desgracia para
muchos hijos del pueblo, que se verían privados de
un medio, con el que hacer frente a la vida, y que
algunos, no pudiéndose aplicar a un oficio
laborioso, tendrían que volver al triste abandono
en que yacían sumidos:
Deseoso, por otra parte, de obedecer por cuanto
es posible a las autoridades del Estado, he
procurado poner al frente de las clases profesores
con su correspondiente título; y, como algunos de
ellos están empleados en la administración
material del centro, ponían suplentes idóneos, que
tienen títulos equivalentes, y éstos asistían y
dirigían las clases durante las horas que ellos no
podían encontrarse en clase. Así marchaba la
cuestión, cuando, estando yo ausente de Turín, se
presentó de improviso el Delegado Real (carta del
mismo, 2 de enero, año corriente) para
inspeccionar de nuevo nuestras escuelas. Este
declaró que, en cuanto a limpieza, higiene,
disciplina y moralidad no dejaban nada que desear,
pero advirtió que tres profesores titulados
estaban en aquellas horas ocupados en sus
respectivas oficinas administrativas, y, en su
lugar encontró a los suplentes; por este solo
motivo, como consta en la mencionada carta,
amenazó con el cierre del Instituto, si no se
encontraban permanentes en su puesto los
profesores presentados en la nota. Me parece
oportuno observar que el curso escolar dura en
este centro desde el 15 de septiembre y que el
horario de las clases, pudiendo ordenarse según la
mayor comodidad de los profesores, no descuidan en
absoluto la enseñanza regular, a pesar de que en
algunas horas y algunos días no se encuentra en
clase cada uno de los profesores titulares; puesto
que, si en ciertas horas y días están impedidos
por sus muchas ocupaciones de atenerse al horario
legal, compensan con exceso la enseñanza en las
horas libres de la respectiva administración.
Hay que observar también que no existe ley
alguna que obligue a los centros privados a
observar los horarios escolásticos oficiales.
Ignoro si hay leyes, que prohíban a los titulares
hacerse suplir, cuando no pueden encontrarse en la
respectiva clase, tanto más sirviéndose de
profesores con títulos equivalentes. Hay muchos
hechos que demuestran ((**It14.154**)) lo
contrario y hay en esta nuestra ciudad de Turín un
maestro público que suple, hace ya varios meses,
al titular del primer curso de Liceo
(**Es14.138**))
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