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íImagino el dolor y la consternación, que tal
desgracia habrá causado a usted y a toda su
familia! Siento no saber qué hacer, sino rezar. Es
lo que hemos hecho y seguiremos haciendo por usted
y por la llorada difunta. Cuando ya estaba
gravemente enferma, la señora Duquesa nos lo
comunicó pidiendo oraciones. Y se hicieron en
todas nuestras casas, pero Dios no juzgó
atendernos, o mejor, juzgó que aquella rosa había
llegado a tal grado de belleza a los ojos de Dios
Creador, que merecía ser ((**It14.148**))
arrancada del jardín terrestre para ser
trasplantada al jardín de los goces eternos del
Cielo. Adoremos los decretos de Dios y digamos
Fiat voluntas tua.
Usted, empero, señor Eugenio, tiene muchos
motivos de consuelo en esta aflicción. Ha perdido
una verdadera madre de familia en la tierra, pero
ha adquirido una celeste protectora. Podrá unirse
a ella un día y puede ser pronto, en un estado
mucho mejor que el de la vida mortal; en el que,
mientras vivamos, podremos con la oración y las
buenas obras sufragarla, si todavía lo necesitase,
o al menos aumentarle la gloria accidental del
Paraíso, si ya hubiese entrado en él.
Dios le bendiga siempre, querido señor Eugenio,
y, con usted, bendiga a toda su familia, y los
ilumine y dirija a todos con seguridad por el
camino del Cielo. Amén.
Con toda veneración y afecto tengo el gusto de
poderme profesar en J. C.
De V.S.C.
Turín, 15 de octubre de 1879
Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro
Hemos tenido que separar de este capítulo la
historia de una lucha que don Bosco sostuvo en
1879 desde el Oratorio y para el Oratorio; pero es
preciso poder seguirla sin interrupciones y, a lo
largo de no breve lapso de tiempo, en sus
diferentes fases. Vimos ya sus amagos en la
controversia sobre el personal docente; pero la
furia del temporal se desencadenó más tarde. El
Siervo de Dios dijo que el Oratorio había nacido y
crecido bajo los garrotazos; y bajo los garrotazos
seguía viviendo todavía.
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