((**Es14.113**)
-Dime, Lago, >>el jugo de achicoria es bueno
para los ojos?
-Es uno de los medicamentos aconsejados,
contestó aquél.
-Pues bien, prepárame un poco.
Don Angel Lago obedeció con la mayor solicitud.
Desde las primeras veces que tomó aquella
medicina, el Beato notó la mejoría. El 22 de mayo
dijo que sus ojos mejoraban sensiblemente.
Transcurridos los cincuenta días, aun cuando hacía
uso continuo de la vista, escribiendo de día
((**It14.123**)) y de
noche, el mal, notablemente disminuido, quedó
estacionario; lo que no impidió, sin embargo, que
dos años después ya no viese nada con el ojo
izquierdo 1.
Sea lo que fuere de este sueño, el Beato tuvo
otro de los acostumbrados, que contó el 9 de mayo.
En él asistió a las encarnizadas luchas que
habrían de afrontar los individuos llamados a la
Congregación, recibiendo en él una serie de avisos
útiles para todos, y algunos saludables consejos
para el porvenir.
Grande y prolongada fue la batalla entablada
entre los jovencitos y unos guerreros ataviados de
diversas maneras y dotados de armas extrañas. Al
final quedaron pocos supervivientes.
Otra batalla más horrible y encarnizada fue la
que tuvo lugar entre unos monstruos de formas
gigantescas contra hombres de elevada estatura,
bien armados y mejor adiestrados. Estos tenían un
estandarte muy alto y muy ancho, en el centro del
cual se veían dibujadas en oro estas palabras:
María Auxilium Christianorum. El combate fue largo
y sangriento. Pero los que seguían esta enseña
eran como invulnerables, quedando dueños de una
amplia zona de terreno. A éstos se unieron los
jovencitos supervivientes de la batalla precedente
y entre unos y otros formaron una especie de
ejército llevando como armas, a la derecha, el
Crucificado, y en la mano izquierda un pequeño
estandarte de María Auxiliadora, semejante al que
hemos dicho anteriormente.
Los nuevos soldados hicieron muchas maniobras
en aquella extensa llanura, después se dividieron
y partieron los unos hacia Oriente, unos cuantos
hacia el Norte y muchos hacia el Mediodía.
Cuando desaparecieron éstos, se reanudaron las
mismas batallas, las mismas maniobras e idénticas
expediciones en idénticas direcciones.
Conocí a algunos de los que participaron en las
primeras escaramuzas; los que les siguieron me
eran desconocidos, pero daban a entender que me
conocían y me hacian muchas preguntas.
Sobrevino poco después una lluvia de llamitas
resplandecientes que parecían de fuego de color
vario. Resonó el trueno y después se serenó el
cielo y me encontré en un jardín amenísimo. Un
hombre que se parecía a San Francisco de Sales, me
ofreció un librito sin decirme palabra. Le
pregunté quién era:
-Lee en el libro, me respondió.
1 De esta narración tenemos otra versión, con
alguna variante accidental. (Véase Apéndice, doc.
num. 16).
(**Es14.113**))
<Anterior: 14. 112><Siguiente: 14. 114>