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hay que redordar también la unción, con que los
daba y que exaltan todos los que tuvieron
experiencia de ello.
Una de las razones que contribuía a que se
llenara de muchachos su confesonario era la
opinión de que leía en las conciencias; y aunque
eso no fuera siempre, ni las más de las veces, y
aunque no sucedía esto a menudo, con todo, la
simple duda de la posibilidad tenía ciertamente
gran fuerza para multiplicarle los pequeños
clientes. El hecho seguía repitiéndose de tiempo
en tiempo y no todo quedaba siempre en secreto. Un
día del año 1879 rodeado en el patio el Siervo de
Dios, por unos veinte jóvenes, que uno tras otro
le besaban la mano, de repente detuvo a uno y
apartándole de los compañeros le enseñó su propia
mano derecha surcada de un profundo arañazo
rojizo.
->>Ves lo que has hecho?, le dijo.
El joven, dio una mirada al arañazo e,
instintivamente, se observó las uñas, que
precisamente se había cortado aquella mañana. Don
Bosco le miraba fijamente y ((**It14.122**)) sus
miradas se comprendieron pronto sin hablar. Era
una herida en carne viva. Aquel joven, de buena
conducta, había oído conversaciones poco limpias,
y después se dejó vencer por la tentación. A la
mañana siguiente fue a confesarse con don Bosco,
convencidísimo de que el Siervo de Dios lo sabía
todo, y así fue, en efecto. Asombrado y muy
arrepentido, evitó desde aquel momento todo
peligro, concibió un gran horror al pecado y,
llegado al sacerdocio, declaraba estar pronto a
confirmar con juramento la verdad de lo sucedido,
a saber, que don Bosco había leído claramente en
su conciencia.
La enfermedad de los ojos persistía
produciéndole continuas molestias. Unos temían se
tratase de cataratas, otros que no había remedio a
una progresiva ceguera; el doctor Reynaud,
oftalmólogo bastante famoso, dijo claramente que
no quedaba ninguna esperanza. Sin embargo, don
Bosco seguía haciéndose una cura particular, de la
que había hablado a don Joaquín Berto, yendo de
Florencia a Bolonia. El 31 de marzo, estando ya
para llegar a Pistoya, el Beato contó al
secretario que unas noches antes, habíasele
aparecido en sueños una misteriosa señora que
llevaba en la mano un frasquito con un líquido
verde obscuro y le había dicho:
-Mira, si quieres curar de tu mal de ojos, toma
cada mañana un poco de este jugo de achicoria
durante cincuenta días y se te pasará.
Don Bosco, llegado a Turín, se olvidó del
sueño, y también don Joaquín Berto. Pero a
primeros de mayo, una noche, en el comedor,
estando presentes don Miguel Rúa y don Joaquín
Berto, preguntó a quemarropa a don Angel Lago el
ex-farmacéutico:
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