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de él gran cosa, y permitía que se tomasen las
decisiones que se juzgasen más oportunas al caso.
También el Maestro de novicios tenía dos casos,
para cuya solución esperaba luces de don Bosco.
Había en el noviciado un subdiácono francés,
exprofeso cartujo que había sido aceptado por
recomendación del Superior General de la Gran
Cartuja de Grenoble; era piadoso, dispuesto a
reconocer sus fallos y mañoso para muchas cosas,
pero tenía un carácter un tanto colérico que, en
ausencia de don Bosco, le había ocasionado dos
violentos arrebatos y suon di man con elle 1.
Convencido de que, con motivo de estas faltas,
le despedirían, se presentó espontáneamente para
pedir que se le permitiera hacer las maletas y
marcharse, pero se prefirió esperar a don Bosco.
Cuando el Siervo de Dios oyó la relación, quiso
que se aplazara la determinación, por si la buena
voluntad acabara por ganar la partida. Tanta
longanimidad causaba a veces asombro; pero él
seguía en esto la enseñanza del divino Maestro, de
no apagar la mecha todavía humeante. Aunque no
transigía de ningún modo, cuando había de por
medio un escándalo; y en cuanto a los clérigos,
que tenían conducta mediana, aguardaba con
paciencia, mientras no se previesen con razón
malos resultados. Lo mismo hizo también con otro
clérigo de Lucca que, durante su ausencia, había
dado serios motivos de queja, aun cuando, bien
mirada y ponderada la cuestión, no era en realidad
tan grave como para desesperar. Es más, en aquella
ocasión expresó su manera de ver con los sujetos
de conducta mediocre.
-A éstos, dijo, no se los despida. Siempre
habrá mediocres en cualquier Congregación
religiosa y en cualquier comunidad. Si, por
desmedido rigor, se quisiere echar fuera toda
mediocridad, temo que se convertirían en ((**It14.113**))
mediocres algunos de los buenos, porque parece
entrar en los planes de la divina Providencia que
la perfección no sea de este mundo, por lo menos
en la mayoría.
El que mayor necesidad tenía de volver a ver
cuanto antes a don Bosco era don Miguel Rúa,
tesorero del Oratorio, siempre que se entienda por
tesorero uno que administra, sí, pero que, muy a
menudo, no tiene ningún tesoro. La crónica
reproduce un delicioso diálogo entre ellos, tenido
una de las primeras tardes, en presencia de don
Juan Bautista Lemoyne, don Julio Barberis y otro
sacerdote de la casa. Dijo don Bosco a don Miguel
Rúa:
1 Versos de Dante, que quieren decir: sonido de
palmas con ellas, o lo que es lo mismo: con
bofetadas de por medio... (N. del T.)
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