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((**Es14.104**) de él gran cosa, y permitía que se tomasen las decisiones que se juzgasen más oportunas al caso. También el Maestro de novicios tenía dos casos, para cuya solución esperaba luces de don Bosco. Había en el noviciado un subdiácono francés, exprofeso cartujo que había sido aceptado por recomendación del Superior General de la Gran Cartuja de Grenoble; era piadoso, dispuesto a reconocer sus fallos y mañoso para muchas cosas, pero tenía un carácter un tanto colérico que, en ausencia de don Bosco, le había ocasionado dos violentos arrebatos y suon di man con elle 1. Convencido de que, con motivo de estas faltas, le despedirían, se presentó espontáneamente para pedir que se le permitiera hacer las maletas y marcharse, pero se prefirió esperar a don Bosco. Cuando el Siervo de Dios oyó la relación, quiso que se aplazara la determinación, por si la buena voluntad acabara por ganar la partida. Tanta longanimidad causaba a veces asombro; pero él seguía en esto la enseñanza del divino Maestro, de no apagar la mecha todavía humeante. Aunque no transigía de ningún modo, cuando había de por medio un escándalo; y en cuanto a los clérigos, que tenían conducta mediana, aguardaba con paciencia, mientras no se previesen con razón malos resultados. Lo mismo hizo también con otro clérigo de Lucca que, durante su ausencia, había dado serios motivos de queja, aun cuando, bien mirada y ponderada la cuestión, no era en realidad tan grave como para desesperar. Es más, en aquella ocasión expresó su manera de ver con los sujetos de conducta mediocre. -A éstos, dijo, no se los despida. Siempre habrá mediocres en cualquier Congregación religiosa y en cualquier comunidad. Si, por desmedido rigor, se quisiere echar fuera toda mediocridad, temo que se convertirían en ((**It14.113**)) mediocres algunos de los buenos, porque parece entrar en los planes de la divina Providencia que la perfección no sea de este mundo, por lo menos en la mayoría. El que mayor necesidad tenía de volver a ver cuanto antes a don Bosco era don Miguel Rúa, tesorero del Oratorio, siempre que se entienda por tesorero uno que administra, sí, pero que, muy a menudo, no tiene ningún tesoro. La crónica reproduce un delicioso diálogo entre ellos, tenido una de las primeras tardes, en presencia de don Juan Bautista Lemoyne, don Julio Barberis y otro sacerdote de la casa. Dijo don Bosco a don Miguel Rúa: 1 Versos de Dante, que quieren decir: sonido de palmas con ellas, o lo que es lo mismo: con bofetadas de por medio... (N. del T.) (**Es14.104**))
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