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aprendices tenían que servir de mampara para los
estudiantes, ante las autoridades escolásticas,
demasiado severas contra las escuelas privadas.
Quedó establecido que para fines de mayo se
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firmaría el contrato; pero... del dicho al hecho
hay un gran trecho. El reverendo Usuelli era un
hombre indeciso; cuando llegaba la hora de tomar
una determinación, aún quería seguir tratando. Por
lo cual, cortésmente, se le hizo comprender que
renunciara al pensamiento de tener allí a los
Salesianos.
Milán era la última etapa. La noticia de que el
9 por la tarde don Bosco llegaría de nuevo al
Oratorio, llenó de alegría a toda la casa.
Hacía tres meses y medio que no le veían. Aquel
día, después del oficio de tinieblas (era el
miércoles santo), la impaciencia general se
sobrepuso a todo lo que no fuera ultimar los
preparativos o contar los minutos.
Don Bosco llegó a la hora de la cena. El
griterío de los muchachos ahogaba las notas de la
banda. Las dos largas y apretadas filas, entre las
cuales tenía que pasar, para recibir el saludo de
sus hijos, se deshicieron en un santiamén y no fue
posible contener el ímpetu, con que todos se
lanzaron hacia don Bosco y se agolparon a su
alrededor. íYa podían agitarse y desgañitarse don
José Lazzero, don Juan Cagliero y don Julio
Barberis! Se necesitó, al menos media hora, para
que don Bosco atravesara el patio, subiera a sus
habitaciones y bajara inmediatamente al comedor.
Sobrevino entonces ese sentimiento de
tranquilidad que reina en una familia, cuando se
sabe que está en ella el padre. Este cambio de
afectuosos sentimientos, que unen los hijos al
padre, culminó en dos momentos especiales, de
místico silencio el uno, y de alegre animación el
otro. El jueves santo, atardecía cuando don Bosco,
en la iglesia de María Auxiliadora, delante de
toda la comunidad, efectuó el lavatorio de los
pies; una escena, que si bien se repetía cada año,
sin embargo, siempre parecía nueva y enternecía
suavemente los corazones. Por fin, el domingo de
Pascua, una velada recreativa, preparada
cuidadosamente para festejar el suspirado retorno,
proporcionó a todos, entre cantos, música y
declamaciones una hora de la más franca y pura
alegría.
El Beato, debido al estado de su vista, no pudo
escribir cartas a los bienhechores felicitándoles
las Pascuas: sin embargo, encontramos que dictó al
secretario este escrito para el caballero Fava:
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Queridísimo Caballero:
Llego de Roma y me apresuro a comunicarle que
el Padre Santo renueva una
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