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Tampoco dejó de explicarles el método que él
seguía en el Oratorio para el gobierno de los
alumnos. Los superiores le preguntaban cómo hacía
para captarse, tan pronto y adonde quiera que
fuese, la benevolencia y simpatía de los muchachos
y por qué éstos no podían resistir una simple
mirada suya, sin quedar al punto cautivados como
por una fuerza misteriosa. El les explicaba un
poco del sistema preventivo y de la amabilidad,
con la que se guiaban y corregían los muchachos en
los colegios salesianos; mostraba también los
efectos que se derivaban del método opuesto, según
el cual los superiores estaban siempre alejados de
los muchachos, habitualmente serios e incluso
ceñudos para mantener su propia autoridad 1. Por
aquel entonces aún no había escrito las áureas
páginas del sistema preventivo, pero debía estar
ya rumiando el contenido, o las observaciones que
hizo allí le sugirieron la idea de escribirlas,
como dentro de poco veremos.
La noticia de su presencia en Marsella se
difundió también por fuera. Los alumnos internos
de los Hermanos, con la locuacidad de los
colegiales cuando hablan con sus padres,
contribuyeron ciertamente a divulgarla, si es que
no fueron ellos mismos los principales
divulgadores. Así sucedió que un armador del
puerto, hombre rico y religioso, corrió a hablar
con el párroco de la catedral provisional y le
dijo:
-íTenemos un santo en Marsella y no lo
conocemos!
((**It13.102**)) Fueron
los dos juntos a hablar con él y quedaron
cautivados;
tanto el señor Bergasse como monseñor Payán se
hicieron amigos y bienhechores suyos; y sobre todo
el nombre del primero todavía se pronuncia con
fervor por los salesianos del Oratorio de San
León. Los periódicos, a su vez, no cejaron de
hablar, con lo que se produjo un ir y venir
incesante de visitantes.
Pero él no dio audiencia a todos los que la
pedían, porque un vómito de sangre le obligó a
descansar, acostándose pronto y levantándose
tarde. Quizá por esto abandonó la idea de ir a
otras ciudades. Entre las muchas propuestas
recibidas para abrir casas, habían llegado nueve
de la misma Marsella; pero, impedido como se
encontraba por su estado de salud para ocuparse de
ello por sí mismo, rogó al Obispo que fuera él
quien lo viera y escogiera. Monseñor asintió muy
gustoso, prometió resolver las eventuales
dificultades y llevar después personalmente a
Turín los resultados de sus gestiones, pues tenía
gran deseo de visitar el Oratorio. Los aires y los
cambios imprevistos de temperatura proporcionaban
siempre al Beato algún trastorno en los viajes por
el litoral.
1 Crónica de don Julio Barberis, 6 de abril de
1877.(**Es13.95**))
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