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((**Es13.92**) por lo tanto, de muy buena gana aceptaría una obra de beneficencia en favor de la juventud pobre. Pero, como se trataba de una ciudad en la que ya había muchas familias religiosas para atender las necesidades espirituales y materiales de la población, el Obispo, monseñor Place, no veía con buenos ojos la entrada en una Congregación nueva 1. Pero ((**It13.98**)) cuando el Siervo de Dios tuvo ocasión de hablarle con calma, no halló dificultad para ganarse la benevolencia y el favor del digno Prelado. En efecto, al oír la humilde petición de don Bosco, le contestó que un simple <> era demasiado poco y que en Marsella se necesitaba una casa, que fuese para Francia lo que la casa de Turín era para Italia. E hizo más; le indicó que el abate Guiol era el sacerdote diocesano más capacitado para ayudarlo en su empresa, no sólo por su virtud y el gran ascendiente que tenía sobre los fieles, sino también por el puesto que ocupaba, ya que estaba al frente de la parroquia más rica de Marsella. Y, no satisfecho con esta designación verbal, le entregó una cartita de su puño y letra para presentarse al cura párroco. Viose en todo esto la admirable intervención de la Providencia, puesto que era notorio que en cuestiones administrativas eran algo tensas las relaciones entre el párroco de San José y su Obispo. No podemos, pues, nosotros pasar por alto esta circunstancia al valorar cierta frase del Beato. Se cuenta que un día, al hablarse en su presencia del primer milagro obrado por él en Marsella, que parecía remontarse al mes de enero de 1879, él, para rendir homenaje al cura párroco de San José, rectificó diciendo: -No, el primer milagro de don Bosco en Marsella fue que monseñor Place designase al abate Guiol para ayudarle en su obra. Fue don Bosco a entrevistarse con el abate y se necesitó la asistencia de un intérprete, porque el uno tenía gran dificultad para expresarse en un francés que fuera inteligible, como lo pedía la importancia del asunto a tratar, y el otro no comprendía ni pizca de italiano; pero esto no impidió que las dos almas se comprendieran plenamente. Qué es lo que se concertó precisamente entre ellos en aquellos días, no lo podemos saber. Pero, sin duda, las amistades ganadas por don Bosco en Marsella durante su primera estancia y las conversaciones preliminares con el abate Guiol señalaron de modo definitivo el punto de partida para la obra, que nació al año siguiente en aquella ciudad. 1 En efecto, el primer encuentro no fue alentador. En un diario, del que pronto hablaremos, se lee: <<5 de marzo. Don Bosco ha ido a visitar a Monseñor para obtener su autorización de fundar en Marsella; el Obispo, a punto de partir para Lyon, apenas si lo escuchó. Hay que volver a empezar>>. (**Es13.92**))
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