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va uno de nosotros, todos están ojo avizor para
ver el modelo que don Bosco envía. En todos los
lugares a donde he ido, en Alassio, en Magliano, y
en otros sitios, todos ardían en deseos de ver un
salesiano, y cuando éste llegó ante ellos, decían
en seguida: -íEs un santo!
Incluso los que fueron despachados del Oratorio
por mala conducta, por motivos graves, al
presentarse en algún pueblo y enterarse la gente
de dónde venían, aun expulsados como individuos de
escaso talento, obtenían en seguida empleos,
asistencias en los colegios, cátedras en las
escuelas, y la plena confianza de todos. Basta que
digan: <<-Vengo del Oratorio>>; ya no se les pide
certificado de buena conducta. Ojalá tengan mucha
suerte estos tales y se porten mejor que se
portaron en el pasado. Yo os digo esto únicamente
para haceros ver el gran aprecio en que nos
tienen. Pero, decidme: >>qué sucedería si no
correspondiésemos a la gran reputación en que la
gente nos tiene? Es preciso, por tanto, que nos
esmeremos hasta donde podamos, para no decepcionar
la general expectación y cumplir nuestro deber,
sea el estudio, sea la piedad, con una conducta
intachable. El Señor cuidará de lo demás.
Don Juan Cagliero nos escribe desde América que
los misioneros de la última expedición han llegado
allí felizmente y que todos tienen ya sus
ocupaciones. Recomiendo a los que partirán que
honren el nombre salesiano. En América bastará no
desdecir de la fama que nos precede y las cosas
marchará bien y por sí solas. Procuremos, pues,
ser cual nos estiman, ya que no todos nosotros
somos santos.
En cuanto a los exámenes os diré, que veremos
si habéis estudiado. Pero no todos los que han
estudiado mucho pueden alcanzar las mejores
calificaciones porque puede haber falta de
capacidad o de estudios anteriores; pero cuando
((**It13.91**)) uno ha
tenido tan buena conducta como para merecer
sobresaliente, con la ayuda del Señor y con lo que
pudo estudiar, sin duda saldrá bien de la prueba
con calificaciones suficientes. Por lo demás
espero que los exámenes resultarán bien.
Y ahora, para deciros algo más, os recomiendo
que os abstengáis e impidáis las murmuraciones;
esto es, que os mostréis siempre conformes con
todo, tal y como está dispuesto. Esto favorece
mucho la alegría, porque si uno tiene motivos de
disgusto y no los comunica a otros, queda
tranquilo, el malhumor se disipa por sí mismo y no
se da ocasión a mal alguno; por el contrario, si
los manifiesta, los otros los comparten, y las
cosas, de las que antes no hacían caso, resultan
desagradables. No hablo de las malas
conversaciones, de las que dice san Pablo: Nec
nominentur in vobis (Ni se miente entre vosotros).
De esto no debo ni siquiera sospechar y por
consiguiente no se ha de hablar entre nosotros de
este tema. Me refiero a las palabras de censura,
con las que se juzgan las disposiciones y mandatos
de los superiores y las cosas que se hacen en
casa. Me escribía ayer un salesiano:
-Me basta que los Superiores hayan dispuesto
algo para que me agrade y no vaya a buscar el
porqué.
Así me gustaría que pudierais hablar todos. La
murmuración crea el respeto humano. Muchas veces
se haría algo bueno entre los compañeros, pero se
piensa en lo que dirán los otros y en que no lo
interpretarán bien; y por temor de una palabra, de
un acto de desaprobación aquello no se hace. Ahí
tenéis un mal grandísimo producido por la
murmuración.
Y por desgracia tales palabras se dicen. Es una
falta que hace mucho daño a las congregaciones
religiosas, como precisamente en estos días me
escribía una persona. >>A qué vienen tantas
cuestiones cuando se trata de obedecer? >>Dio una
orden el Superior? Pues bien, cúmplase. >>Pero,
por qué la ha dado? >>Por qué, por qué? >>Y por
qué vais a buscar el porqué? Cumplamos nosotros
nuestro deber y el Superior cumpla(**Es13.85**))
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