((**Es13.781**)((**It13.923**)) de sus
padres y hasta expulsados de correccionales,
tratados según estos principios, cambiaron de
manera de ser: se dieron a una vida cristiana,
ocupan ahora en la sociedad honrados puestos y son
apoyo de la familia y ornamento del lugar donde
viven.
3) Los alumnos maleados que, por casualidad,
entraren en un colegio, no pueden dañar a sus
compañeros, ni los muchachos buenos ser por ellos
perjudicados; porque no habrá ni tiempo, ni
ocasión, ni lugar a propósito; pues el asistente,
a quien suponemos siempre con los alumnos pondría
en seguida remedio.
IV
Una palabra sobre los castigos
>>Qué regla hay que seguir para castigar? A ser
posible, no se castigue nunca; cuando la necesidad
lo exigiere, recuérdese lo siguiente:
1) Procure el educador hacerse amar de los
alumnos si quiere hacerse temer. Así, el no darles
una muestra de benevolencia es castigo que emula,
anima y jamás deprime.
2) Para los muchachos es castigo lo que se hace
pasar por tal. Se ha observado que una mirada no
cariñosa en algunos produce mayor efecto que un
bofetón. La alabanza, cuando se obra bien, y la
reprensión, en los descuidos, constituyen, ya de
por sí, un gran premio o castigo.
3) Exceptuados rarísimos casos, no se corrija
ni se castigue jamás en público, sino en privado,
lejos de sus compañeros y usando la mayor
prudencia y la mayor paciencia para hacer
comprender, valiéndose de la razón y de la
religión, la falta al culpable.
4) El pegar, de cualquier modo que sea, poner
de rodillas en posición dolorosa, tirar de las
orejas y otros castigos semejantes se deben
absolutamente evitar, porque están prohibidos por
las leyes civiles, irritan muchos a los alumnos y
rebajan al educador.
5) Dé a conocer bien el director las reglas y
premios y castigos establecidos por las normas
disciplinarias, a fin de que el alumno no pueda
disculparse diciendo: <>.
Si se practica en nuestras casas el sistema
preventivo, estoy seguro de que se obtendrán
maravillosos resultados sin necesidad de acudir al
palo ni a otros castigos violentos. Hace cerca de
cuarenta años que trato con la juventud, y no
recuerdo haber impuesto castigos de ninguna clase,
y con la ayuda de Dios, he conseguido no sólo el
que los alumnos cumplieran con su deber, sino que
hicieran sencillamente lo que yo deseaba; y esto
de aquellos mismos que no daban apenas esperanzas
de feliz éxito.
JUAN BOSCO, Pbro.
(**Es13.781**))
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