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en Susa, donde, sin una gracia especialísima de la
Virgen, hubiera perdido alma y cuerpo. Habiendo
vuelto a Turín recibió una reprensión de don
Bosco, por haberse olvidado de quien tanto le
protegía. Pero le añadió:
-Lo que has encontrado te servirá de
experiencia para hacer mucho bien en medio de los
jóvenes.
Pensando en su caso pidió volver a Turín, donde
permaneció hasta el licenciamiento, e iba cada
sábado a confesarse con don Bosco. Una de aquellas
tardes le dijo don Bosco, después de oír la
confesión:
-Presta atención con aquel enfermo; procura que
reciba todo.
Garrone no le había dicho nada de sus enfermos;
pero, al volver al cuartel, se acercó a un
protestante que había decidido hacerse católico.
Como le viera grave, buscó un sacerdote para que
le bautizase, pero no encontró a ninguno. Entonces
tomó agua y le bautizó él mismo bajo condición. El
enfermo se alegró tanto que le echó los brazos al
cuello.
De allí a diez minutos expiraba.
((**It13.900**)) Al ser
licenciado del ejército, no sabía qué hacer, si ir
al seminario o quedarse con don Bosco. Estuvo tres
días en casa: después, el día que debía ir a
examinarse para ser admitido en el seminario, fue,
casi sin saber lo que hacía, a Turín al Oratorio,
y le enviaron a San Juan Evangelista con los Hijos
de María. Al fin del año se confesó con don Bosco
y se acusó de que había perdido muchas veces la
paciencia por un enfermo que yacía en la cama.
-Dentro de tres días, no te molestará más, le
respondió el Beato.
Y, en efecto, tres días después el enfermo
murió.
Garrone fue como clérigo a América con monseñor
Cagliero, el año 1889. Aprovechando las nociones
terapéuticas adquiridas ocasionalmente en las
enfermerías, supo proveerse de un discreto
conocimiento científico, de modo que llegó a
poseer una pericia poco común en medicina y obtuvo
la facultad de ejercerla en el inmenso territorio
patagónico. A él se debe el primer hospital y la
primera farmacia de Viedma. Durante un cuarto de
siglo, unidos a la maestría, la caridad y el
espíritu de sacrificio, llegó a ser uno de los
autores más eficaces en la evangelización de la
Patagonia.
La fama de santidad que acompañó a don Bosco en
todo puede decirse que, durante el curso de su
vida mortal, se apoyaba sin duda sobre bases
sólidas. Veremos dilatarse y crecer
extraordinariamente esta fama de año en año
durante el último decenio; pero, en el punto al
que hemos llegado en nuestra historia, contaba ya
con el sufragio de las personas más iluminadas y
expertas en los caminos de Dios. A principios de
1879 don Miguel Rúa y don Julio Barberis
predicaron los
(**Es13.764**))
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