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Sereno, pero impaciente por ver cómo andaban
las cosas, partió. Llegó a casa y he aquí que la
buena madre salió a su encuentro para darle la
bienvenida. Aquella mañana, a las siete y media en
punto, había sentido improvisamente que revivía,
pareciéndole que una mano invisible la sacaba de
la cama.
En este tema de dones sobrenaturales le
corresponde un puesto de honor a la historia de
don Evasio Garrone, con un complejo de sucesos
extraordinarios, como sólo se leen en las vidas de
los grandes santos 1.
((**It13.895**)) Evasio
Garrone entró como estudiante en el Oratorio, el 4
de agosto de 1878. Tenía dieciocho años y se
dedicaba en su casa al comercio. Eran las siete de
la tarde. Al llegar a la puerta de la sacristía,
vio una hilera de jóvenes que entraban. Por
curiosidad siguió la corriente y vio allí a un
sacerdote que confesaba, rodeado de muchos
muchachos que se preparaban. Se arrodilló él
también, pero pensando en su casa más que en sus
pecados.
Cuando le llegó el turno, impreparado como
estaba, se quedó mudo y no lograba recordar ni un
pecado. Entonces aquel sacerdote le dijo:
-Hablaré yo.
Y uno tras otro, por orden de tiempo y con las
indicaciones de lugares, le espetó uno tras otro
todos sus pecados, indicándole el número y las
circunstancias. Hecho esto, le dio unos avisos con
tanta unción y tanto afecto que, a cada una de sus
palabras, se sentía más confortado, y la alegría
del corazón fue creciendo al extremo de que le
pareció hallarse en el paraíso. Por fin, díjole el
confesor al penitente:
-Garrone, da gracias a la Virgen; después de
seis años que tú suspirabas, ella te ha oído. Sé
siempre devoto suyo y ella te salvará todavía de
muchos peligros.
Precisamente, desde la edad de doce años,
alimentaba aquel joven el secreto deseo de hacerse
sacerdote; pero dándose cuenta de que era
imposible para su familia pagarle el colegio, no
había manifestado a nadie su inclinación. A los
dieciocho años, habiendo oído hablar de don Bosco
y vuelta de nuevo a su corazón la esperanza, se
presentó al párroco y le manifestó su pensamiento,
por vez primera; el párroco le escuchó con bondad
y obtuvo que fuera admitido en el Oratorio.
Imagine por tanto el lector su estupor, cuando oyó
precisar el tiempo transcurrido desde que había
aparecido en su mente la idea de hacerse
1 Extractamos el suceso de un escrito autógrafo
de don Evasio Garrone y de los apuntes de Lemoyne,
que completó la relación con datos recogidos de
sus labios.
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