((**Es13.751**)
expongamos la verdad, contemos lo sucedido. Pero
no entremos en polémica.
El número aquel que armó algo de ruido fue el
de enero de 1854, segundo año de las Lecturas
Católicas; se titulaba: El Catecismo católico
sobre las revoluciones. No era un trabajo inédito,
sino que reproducía una obrita anónima, que ya
había tenido cuatro ediciones. La orden de
reimprimirla la recibió don Bosco de monseñor
Moreno, Obispo de Ivrea, que a la sazón ejercía un
papel preponderante en la administración de la
revista. El Beato, conocedor del carácter de
cierta gente, preveía que las polémicas que
suscitaría irritarían a muchos, y deseaba que no
se alborotase; pero debió ceder a la autoridad del
Prelado. Muy pronto los hechos confirmaron sus
previsiones, puesto que recibió llamadas y
reprensiones de las autoridades civiles y otros
disgustos de distinto género. Y, si no hubo peores
consecuencias, se debió a su gran prudencia.
Ahora saltamos de mayo a noviembre; este mes
nos ofrece ((**It13.884**)) los
apuntes de tres conversaciones. La primera en
torno al cuarto sínodo diocesano, que había sido
cerrado el día antes. Asistían a la conversación
algunos de los sacerdotes más autorizados de la
casa. Se lamentaba que Monseñor tuviese palabras
demasiado duras para sus sacerdotes y que, en vez
de animarlos a trabajar, los cargase de reproches,
como si fuesen ellos la causa de que las cosas de
la diócesis marcharan mal. Concluyó diciendo:
-Un aliento, una palabra de confianza, un
reconocimiento de que el clero ya hacía mucho
bien, para demostrarle después que necesitaba
hacer mucho más, habría infundido voluntad, celo y
entusiasmo en los sacerdotes. En cambio, no: su
discurso fue en su conjunto una fuerte reprimenda.
Después de estas observaciones don Bosco se
levantó y dijo:
-Adelante, señores teólogos y moralistas: un
caso de moral a resolver. >>Serán pecaminosas
estas conversaciones que hemos tenido? >>O podrá
decirse, al menos, que han procedido de la
ligereza de carácter o de la imperfección de la
que necesitamos corregirnos?
Todos guardaron silencio un momento: pero,
después, se echaron a reír. Dijo cada uno el
motivo por el que aquella conversación le parecía
legítima. Hubo uno, sin embargo, que se mantenía
pensativo, y dijo:
-Algún defecto hay: son palabras ociosas.
Don Bosco prosiguió:
-Si no ha habido mala intencíón por parte de
nadie, no ha habido ni siquiera pecado venial.
Tampoco puede decirse que hayan sido palabras
ociosas: nos encontramos en medio de graves
dificultades:
(**Es13.751**))
<Anterior: 13. 750><Siguiente: 13. 752>