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encomendarse. Un día, después de comer, en el
mismo refectorio, se acercó al Director para
exponerle sus quejas; pero, como le pareciera que
no le hacía caso, perdió la paciencia ((**It13.831**)) y
empezó a alzar la voz. Don Bosco miraba desde
lejos y escuchaba, pero sin entender, y dijo, de
forma que pudiera oírse.
->>Qué le pasa a ese clérigo que toma tantos
bríos?
Dos días más tarde le hizo llamar y le dijo.
-El otro día alzabas la voz al Director. >>Qué
ocurre?
-Que no puedo más con la clase. Tengo ciento
treinta alumnos, que habría que dividir en
diversas secciones, porque es muy grande la
diferencia de unos con otros. Yo me mato, y no
saco nada en limpio. Es una clase imposible, y
usted mismo lo ve. El señor Director me dice que
tenga paciencia, yo quiero tenerla, sí; pero, ni
con toda la paciencia de este mundo, lograré hacer
milagros. íHace falta otra persona!...
-Ya ya, dijo don Bosco, no tienes toda la
culpa. Se arreglará.
En efecto, dos días más tarde le sacaron
veinticinco de los más atrasados, que fueron
enviados unos a su casa y otros al primer curso.
Don Bosco, que vio a Vacchina en el patio, le
llamó y le dijo:
-Y qué, >>cómo van tus alumnos?
-íMejor!
->>Cuántos te quedan?
-Más de ciento.
-Bueno, aún tienes con quien divertirte. Pero
el Director está disgustado contigo.
-Yo no tengo la culpa. Deseaba que se fueran
algunos como se han marchado; pero, >>quién me los
envió, aunque no estaban aprobados?
Don Bosco le escuchó paternalmente, pero no
dijo nada. Vacchina le besó afectuosamente la mano
y su primer pensamiento, después de aquella
conversación, fue ir a hacer las paces con el
Director.
Al llegar aquí, alguno podría preguntar:
->>Pero y los estudios? >>Y la salud de aquel
clérigo?
La cuestión de los estudios estaba así. Tenía
un profesor aparte para la filosofía, el abogado
Fortis, que nosotros ya conocemos y que le daba
clase en horas libres; para las demás materias, se
las apañaba él mismo, acudiendo a hermanos de
conocida competencia. Sin embargo, de vez en
cuando le ((**It13.832**))
asaltaba el desaliento. Una vez se desahogó con
don Bosco, el cual, con gran bondad, le dijo:
-íHay que tener paciencia! Haz lo que puedas, y
Dios hará lo demás; él no te abandonará en los
apuros, si trabajas por él. Además, en la
Congregación hay muchos oficios, y todos para
servir al Señor. El
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