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sintiendo remordimiento, se confesó arrepentido de
haber guardado dinero contra la prohibición de la
Regla.
->>Y has seguido comulgando?, le preguntó don
Bosco.
-íPobre de mí!, exclamó el clérigo. >>He
cometido un sacrilegio?
-No digo eso. Lo hacías de buena fe: lo hacías
para ayudar a los muchachos y tenías recta
intención. Basta... basta... se ve que tú también
eres hijo de don Bosco.
A lo que parece, quiso decir: se ve que tú
haces como hago yo. Con esa salida corrigió el
defecto, sin dejar al alma en pena.
Murieron cuatro clérigos profesos el año 1878.
El primero, Esteban Omodei, era uno de los que en
enero habían contraído la infección del tifus.
Llegó al Oratorio en octubre de 1876, después de
haber cursado en Sondrio el cuarto curso de
bachiller y sufrió una gran nostalgia, que se le
pasó en cuanto se acercó a don Bosco, al que
eligió como confesor. <>.
Dejaba de vivir pocos días después, en el
colegio de Lanzo, el clérigo Juan Arata, de
Liguria. Su biografía 1 está llena de sucesos que
ponen a las claras su virtud extraordinaria. Una
vez fue don Bosco ex profeso a verlo en
Sampierdarena, donde él acababa el bachillerato.
Al recibir la noticia de su muerte, el Beato
escribió a don Miguel Rúa 2: <((**It13.822**))
particularmente la de Arata que era una alhaja>>.
Los otros dos clérigos murieron en el mes de
julio. Uno, César Peloso, de Chiavari, procedía
del colegio de Lanzo. Habiendo hablado allí
privadamente y por lo largo con don Bosco sobre su
vocación, salió de la habitación tan decidido a
hacerse salesiano, que todos los esfuerzos de sus
padres para que cambiara de propósito no dieron
ningún resultado. Cayó enfermo durante su tercer
año de clérigo, y fue, por consejo de los médicos,
a tomar los aires nativos; pero allí se agravó
más. En cuanto lo supo don Bosco envió
inmediatamente a don Julio Barberis, que le animó
y administró el Santo Viático.
El último en morir se llamaba Pablo Salvo, de
cuyo apellido se servía don Bosco para animarlo en
algunas penas espirituales, ya que le afligían, a
veces día y noche, dudas sobre la fe, escrúpulos,
y miedo a condenarse. Su mayor consuelo, entonces,
era estar al lado del padre de su alma, el cual,
conocedor de sus angustias, le miraba de un modo
1 Figura a la cabeza de una colección titulada:
Biografías de Salesianos difuntos durante los años
1883 y 1884. Turín 1875.
2 Carta, Roma, 10 de febrero de 1878.
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