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pidió que se nombraran para él dos examinadores
sinodales, so pretexto de no haberse ((**It13.820**))
presentado a tiempo a los exámenes y obtuvo la
máxima puntuación. Esta treta les costó a los dos
clérigos un buen tirón de orejas de los Superiores
del Oratorio; pero así también ellos podían, si no
decir, al menos pensar: a lo hecho, pecho.
Para que una vez más se vea lo mucho que
estudiaban los clérigos en el Oratorio, añadiremos
este otro testimonio. El año anterior, el último
de la facultad teológica universitaria, el teólogo
Banardi formaba parte de la Comisión para los
exámenes de licenciatura. Don Bosco presentó
cuatro del Oratorio, entre los que estaba don José
Bertello. Hicieron todos un examen tan espléndido,
que exclamó dicho profesor:
->>Con que los clérigos de don Bosco no
estudian? íSon los mejores! íSe lo contaré a quien
corresponde!
En efecto, se lo dijo a monseñor Gastaldi, se
lo dijo a don Bosco, lo iba diciendo por todas
partes y se lo repitió todavía a don Domingo
Belmonte en 1891.
Y vamos a exponer aquí un pensamiento de don
Bosco. Mientras sus clérigos atendían al estudio
de la teología, generalmente tenían que dar clase
de diversas materias. Es verdad que esta ocupación
les quitaba un tiempo notable; pero el Beato tenía
por cierto que, sin algo que hacer, se habrían
dedicado menos intensamente al propio estudio,
mientras que, comprometidos con otros trabajos,
aprendían a no perder tiempo y aprovechaban más
que muchos otros 1. Esto explicaría una frase
suya, que nos refirió don Herminio Borío. Era éste
todavía clérigo, en Borgo San Martino, cuando un
día dijo al Siervo de Dios:
-Don Bosco, nosotros tenemos tanto que hacer
con nuestros deberes y nuestros cargos, que nos
queda poco tiempo para atender a los estudios.
Y don Bosco le contestó rápidamente con tono
enérgico:
-íPrecisamente es así como yo quiero!
Los presentes enmudecieron y no se atrevieron a
preguntarle el sentido de sus palabras. Don Bosco
quería que los Salesianos estudiasen trabajando, y
no que estudiaran por estudiar.
((**It13.821**)) Y lo
mucho que él quería que sus clérigos fueran
buenos, nos lo testifica, por un hecho personal,
el citado don Bernardo Vacchina.
Daba clase al primer curso de bachillerato en el
Oratorio y, cada vez que recibía dinero de su
familia, lo repartía entre sus alumnos más pobres,
con motivo de alguna necesidad o de alguna fiesta.
Un día,
1 Crónica de don Julio Barberis, 19 de febrero
de 1876.
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