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Dios hará lo demás.
Hablaremos cuanto antes en Lanzo: después
podremos abrirnos sinceramente el corazón.
Dios te bendiga y ruega por mí, que siempre
seré tuyo en J. C.
Turín, 19 de julio de 1878.
Afmo. amigo.
JUAN Bosco, Pbro.
El buen Padre había prometido ir a verlos. Y le
esperaban como al Mesías. Después de casi veinte
días de espera, llególes la noticia de que estaría
con ellos para la fiesta de santa Ana. Llegó la
víspera, al atardecer. íCon qué entusiasmo le
recibieron! Y no solamente los clérigos, sino que
acudieron también a recibirle los sacerdotes del
pueblo, los párrocos más próximos y algunas
autoridades civiles. Por suerte, una suave lluvia
refrescó el ambiente, lo cual <>, dice la Crónica. El calor
sofocante de Turín le había abatido enormemente,
al extremo de que de noche no cerraba el ojo y de
día los esfuerzos para trabajar le extenuaban; por
lo que se temía que tuviese ((**It13.818**)) que
guardar cama. También contribuía a su postración
el no salir nunca de casa; a quien le hablaba de
alejarse por algún tiempo, le respondía que debía
resolver asuntos que no aguardaban dilación. El
descanso de Santa Ana y el fresco que allí
encontró le hicieron revivir.
Al día siguiente, confesó a los novicios y visitó
la quinta, la casa de los colonos y la finca. El
Arcipreste cantó la misa. Después de la comida,
tomando el café bajo la pérgola con algunos
párrocos, el juez de paz, el notario y otras
personas, sostuvo una viva y amenísima
conversación. Durante largo tiempo se habló mucho
en Caselle de las maneras familiares y agradables
con que sabía entretener a cualquiera con quien se
encontrase.
A partir del domingo del Rosario, fueron
repitiéndose una tras otra las imposiciones de la
sotana clerical. Así, el domingo de la Maternidad
de María Santísima, tomaron el hábito don Juan
Mellano y el marqués Silvestre Burlamacchi, de
Lucca. Los padres de este último asistieron a la
función, en la que don Bosco pronunció un discurso
de ocasión. Al domingo siguiente, fiesta de la
Pureza de María, les tocó a los dos hermanos
Carlos y Pedro, hijos de los condes Radicati:
bendijo las sotanas don Miguel Rúa. Por aquellos
años, fueron más frecuentes de lo que pueda
creerse los casos de jóvenes de la nobleza, que
quisieron vivir la vida pobre del Oratorio,
inscribiéndose en la Congregación.
Varios de ellos murieron en la flor de la edad y
hoy apenas recuerdan
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