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había afrontado de forma decisiva hasta entonces,
ya que sobre este particular se iba actuando muy
sencillamente. Nunca faltaban clérigos con
vocación dudosa y, por consiguiente, de conducta
menos que mediocre; pero, sin embargo, se les
toleraba en casa con cierta facilidad. Cuando el
número de irregulares es pequeño, las
irregularidades se advierten más deprisa, lo que
constituye por sí mismo un freno; además, era en
tiempos en los que don Bosco gozaba de más
libertad para atender a sus clérigos, y podía
llamar a tiempo a quien lo necesitase y así
enderezarlo. Pero, entonces, los Superiores
propusieron y don Bosco asintió, que había que
sacar a tales clérigos, entendiendo que era mejor
liberarse inmediatamente de ellos que dejar
penetrar por su causa la relajación en los demás.
La solución no agradaba a todos; pero, ante la
necesidad, hubo que tomarla.
Así como don Bosco se mostraba exigente en la
conducta moral, era, en cambio, de manga ancha de
cara a las cuestiones económicas. El joven Atilio
Vercellini, que entró en casa desde el oratorio
festivo, permaneció en ella dos años y medio,
hasta que su padre lo retiró, porque no podía
seguir pagando la pensión. Siguió sus estudios en
el instituto Cavour y, una vez terminados, no
contaba con medios para continuar y no lograba
encontrar un empleo. Don Julio Barberis que le
había aceptado en el oratorio festivo y no le
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de vista, como viera en él buenas condiciones para
sacerdote, le sugirió que escribiera a don Bosco,
para que lo aceptase entre los clérigos. El Beato,
seguidor del omnia probate, quod bonum est tenete
(probadlo todo y quedaos lo que es bueno), le
dijo:
-Ven a confesarte mañana; después, te diré si
tu vocación es para el estado eclesiástico.
Fue el joven, se confesó y le aconsejó que
vistiera la sotana clerical. Quedó muy contento,
pero hizo notar que sus padres no podían pagar
nada por él y, más aún, que nunca habrían saldado
las deudas anteriores. Don Bosco le aceptó
gratuitamente. Solamente le envió a buscar algo de
su ajuar personal. Pero los padres le despidieron
con las manos vacías, sin dejarle llevarse ni
siquiera sus libros. Don Bosco no hizo caso. <>.
Ello no impedía, sin embargo, que pidieran
ingresar en la Sociedad jóvenes de familias
pudientes, y aun nobles, como más adelante
veremos. Aquí solamente diremos que la
consideración de las vocaciones pesó mucho para
inducir a don Bosco a conservar el colegio de
Valsálice, a pesar de las dificultades. El 27 de
diciembre dijo a los miembros del Capítulo
Superior:
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