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negocios temporales; más aún, no solamente dice,
no se ocupe de ellos, sino que non implicet se,
esto es, no se entremeta; non implicet se negotiis
saecularibus (no se entremeta en asuntos
seculares). Las palabras son claras. Y un Santo
Padre añade que lo que posee el sacerdote es
patrimonio de los pobres: no es, por tanto, suyo
lo que dicen los otros que lo es, sino que es de
los pobres. Sus trabajos son para Dios, los medios
para cumplir su misión son de Dios y por
consiguiente, también las ganancias deben ser de
Dios y, por tanto, de los pobres. Así que, el
sacerdote no debe tender más que a la salvación de
las almas. Se requiere un fin en el que desea ser
sacerdote.
Lo que, además, puedo deciros es, que el que no
se siente llamado al estado eclesiástico, no
piense siquiera en hacerse sacerdote; no ganaría
nada. El que no se sintiese con ánimo para
conservar la virtud de la castidad, no está hecho
para sacerdote: diríjase a otro estado; como
sacerdote, se haría mal a sí mismo y a los demás.
Os digo todo esto, ahora que tenéis tiempo para
pensar en ello y para que toméis después una
determinación que aproveche a vuestra alma.
El pensamiento de don Bosco sobre este asunto
se deduce de algunos hechos, que pertenecen al
tiempo en que nos movemos. Después de los
ejercicios de Lanzo, habían sido admitidos en el
Oratorio algunos clérigos llegados de los
seminarios, con intención de hacerse salesianos, y
también varios alumnos de nuestros colegios, que,
llegados algo tarde, pedían ingresar en la
Congregación. Durante el Capítulo que se celebró
el 4 de noviembre, para tratar de su admisión, don
Juan Cagliero aprovechó la oportunidad para
expresar esta idea: la Congregación no se ha hecho
para quien desea expiar sus pecados, para esto ya
están las órdenes contemplativas. Nosotros debemos
recibir a quien se encuentra en situación de
lanzarse en medio del mundo para trabajar por la
salvación de las almas.
Don Bosco dejó hablar y aprobó.
Durante la misma sesión se vio también cuánto
preocupaba a don Bosco el aumento de las
vocaciones eclesiásticas ((**It13.809**)) en las
diócesis. Había en casa dos seminaristas de
Mantua, que querían hacer los cursos de filosofía,
pero vestidos de paisano. Como no existía en el
Oratorio un grupo de estudiantes al que
acoplarlos, los Superiores dudaban si tenerlos o
no; pero don Bosco quería hacer aquel servicio a
la diócesis de Mantua tan necesitada. El Obispo,
monseñor Rota, había sido blanco de la persecución
y echado del palacio episcopal; tenía además,
cerrado el seminario, de manera que no sabía cómo
arreglárselas con sus seminaristas. Echarle una
mano habría sido algo útil para la Iglesia. Por
esto, el Siervo de Dios determinó que se
encontrase la manera de tener en el Oratorio a
aquellos dos jóvenes, aunque ello ocasionase
alguna molestia. Y como él lo quiso, así se hizo.
Examinóse en ella una tercera cuestión
espinosa, que nunca se
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