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requiere toda santidad. Pensemos que Dios en
nuestro juez y, cuando seamos tentados, digamos:
->>Cómo me atreveré a disgustar a un Dios tan
bueno, que siempre me ha favorecido y me ha de
juzgar?
-íAh, sí! Estemos dispuestos a mortificarnos en
todo, aunque sea lícito, antes que ofender a Dios.
Una cosa que yo aconsejo mucho es besar la medalla
de María Auxiliadora y repetir la jaculatoria:
Maria, Auxilium Christianorum, ora pro nobis;
jaculatoria muy oportuna y provechosa para toda
ocasión. Por todas partes se aprecian los efectos
extraordinarios producidos con esta confianza en
María Auxiliadora. Pero estad seguros de que, si
la Virgen ayuda a todos, se cuida de un modo
particularísimo de nosotros, sus hijos
predilectos, y si la invocamos, ciertamente no
dejará de acudir en nuestro auxilio en los
momentos oportunos.
5.° Lo último, que os recomiendo mucho, es la
frecuencia de los santos sacramentos. No necesito
hablar largo tiempo de ello, porque nuestras
reglas establecen esta frecuencia. Sólo aconsejo
que se hagan muchas comuniones y todas muy
fervorosas, es decir, con devoción y recogimiento.
Sin embargo, respecto a la confesión, tengo un
consejo que daros. Se conoce si una planta es
buena o no por sus frutos; así podemos conocer la
naturaleza de nuestras confesiones, por el fruto
que de ellas se saca. Algunos van a confesarse
siempre de las mismas faltas. >>Qué indica esto?
Que no es buena la confesión de la que no se saca
fruto. Es así. Cuando se hacen confesiones tras
las cuales no hay mejoría, es muy de temer que no
sean buenas, y que sin ser malas resulten nulas.
Esto indica que no se hizo el propósito, o no se
preocupó de ponerlo en práctica. Se diría que, a
veces, va uno a confesarse por ceremonia y que se
quiere burlar del Señor. Así, pues, recomiendo
mucho que todos procuren excitarse en sus
confesiones a un verdadero y gran dolor de los
pecados cometidos y, después, se piense, de tanto
en tanto, en los frutos de las confesiones
pasadas. Hagamos propósitos firmes y duraderos.
Piénsese, de una vez seriamente, en ser moderados
en la bebida, en la comida, en el ((**It13.805**))
recreo, en disminuir las murmuraciones, en ser
comedidos en el hablar, en razonar siempre de
cosas útiles, en ser más devotos en la iglesia,
más aplicados, más diligentes a la hora de
levantarse; en mortificar un poco más los ojos en
el Oratorio, y especialmente fuera de él, en
mortificar la gula; en suma, en hacer cualquier
esfuerzo para mejorar realmente nuestra conducta.
De otro modo siempre se irá adelante con las
mismas faltas; y, así como qui spernit modica,
paulatim decidet (el que desprecia las cosas
pequeñas, poco a poco caerá), así nosotros nos
ponemos en peligro evidente de condenarnos, dado
que por naturaleza ya somos proclives al mal. Si
no se hacen verdaderos esfuerzos, se disminuye
siempre en la virtud, en el ánimo, en la oración,
y en el aborrecimiento al pecado.
Por el contrario, mirad qué satisfacción. El
que, poco a poco, aprovecha las gracias del Señor,
va siempre creciendo en virtud y, casi
insensiblemente, va de virtute in virtutem, donec
videbitur Deus Deorum in Sion (de virtud en virtud
hasta ver al Dios de los Dioses en Sión). Recordad
también este pensamiento de san Gregorio Magno,
que sirve para todos y especialmente para nosotros
los religiosos, que non progredi, regredi est (el
no adelantar, es dar un paso atrás).
No hay que contentarse con asistir a las
prácticas ordinarias de piedad y tomar parte en
ellas del mejor modo posible, sino que además
debemos encomendarnos durante el día al Señor y a
María Santúsima. Invoquemos a María con la
jaculatoria Auxilium Christianorum, ora pro nobis,
que, en muchísimos casos, ha resultado
eficacísima. Y así conservaremos la virtud de la
castidad, madre de todas las virtudes, Y virtud
angélica.
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