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Jesucristo, habría deseado entreteneros con el
desasimiento de nosotros mismos de las cosas de
esta tierra, puesto que la presente solemnidad nos
presenta el tema. Jesucristo sube al cielo y nos
dice: Vado parare vobis regnum (Voy a prepararos
el reino). Si tenemos un reino preparado en el
cielo, deberemos tener por muy despreciables las
cosas de esta tierra. Qué satisfacción para cada
uno de nosotros poder decir:
-íYo ya cuento con mi puesto reservado en el
paraíso!
Si todos los cristianos pueden hablar así,
ícuánto más nosotros, los religiosos, que, de un
modo especialísimo, nos hemos consagrado o estamos
para consagrarnos a su divino servicio! Sí,
alegrémonos. Tú tendrás, hijo mío, el reino eterno
que deseas; pero sé valiente: aparta tu corazón de
las cosas de esta tierra y vuélvelo al cielo. Ibi
nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia.
Nuestro corazón no esté en las cosas creadas, no
se manche en las bajezas de esta tierra, sino que
esté fijo en el cielo.
Tema precioso, como os decía, para tratar en la
festividad de hoy; pero, como es demasiado amplio,
quiero descender a algo más sencillo, más fácil y,
digámoslo, más práctico. Una vez emitidos los
votos, conviene que exponga algo práctico que
facilite la observancia de los mismos. Este tema
sirve para todos, para los que ya hicieron los
primeros votos y para los que los acaban de emitir
esta tarde, y sirve como de preparación para los
que desean emitirlos más adelante. Tomaremos por
maestro al gran Santo, cuya fiesta celebraremos
dentro de pocos días, a san Felipe Neri.
Habiéndole preguntado cuál era para un religioso
la virtud principal, con la que estuvieran
enlazadas todas las demás, respondió:
-Conservar la castidad. Conservada ésta, tendrá
por compañeras todas las demás; perdida ésta,
desaparecerán también las otras. Con esta virtud,
el religioso alcanza su fin de estar totalmente
consagrado a Dios.
Pero >>cómo conservar la castidad? San Felipe
acostumbraba sugerir cinco medios: tres negativos
y dos positivos. Son los mismos que, esta tarde,
voy a desarrollaros brevemente.
1.° En primer lugar, decía san Felipe: -íHuid
de las malas ((**It13.800**))
compañías!
->>Pero cómo? >>En el Oratorio tendré yo que
aconsejaros la huida de las malas compañías?
>>Acaso hay entre nosotros malos compañeros? No
quiero ni imaginarlo. Pero, mirad. Se llama mal
compañero al que, de cualquier manera, puede
ocasionar la ofensa de Dios. Sucede muchas veces
que, hasta los que no son malos en el fondo de su
corazón, se convierten, por otro lado, en peligro
de la ofensa de Dios: y, por esto, hay que decir
que un compañero es peligroso para otro. Se ven, a
menudo, ciertas amistades particulares, ciertas
inclinaciones hijas de la simpatía, que, si no son
malas, es decir, si no sucede nada gravemente
pecaminoso, y uno de los dos no es malo, resulta
al menos relajado= no se quiere abandonar esta
inclinación; pero se advierte que en ellos empieza
a enfriarse la piedad, disminuye la devoción, la
frecuencia de los sacramentos, el celo en el
cumplimiento de los propios deberes; aumenta la
negligencia en la observancia de ciertas reglas,
la mayor libertad en la conversación; y poco a
poco se ve que un compañero bueno, que ha amistado
mucho con otro, encuentra en ello un obstáculo; y
puede decirse que, aun siendo buenos los dos, el
uno se convierte en obstáculo para el otro. Si los
superiores no pusieran algún remedio, ambos se
perderían. Estas amistades particulares o
inclinaciones de simpatía producen daño, aunque no
fuera más que porque van contra la obediencia: por
esto, no se puede decir que sean buenas. La
desobediencia, además, priva de la gracia especial
de Dios y he aquí el motivo por el que resultan
perjudiciales.
Alguno dirá para excusarse:
-íEn nuestra casa, no hay compañeros malos!
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