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Argentina, ya fuera por las revoluciones
interiores, atravesaba una verdadera anarquía. Pío
IX había delegado en octubre de 1876 a monseñor
César Roncetti, nuncio apostólico ante el
emperador del Brasil, para tratar con el
presidente Juan Bautista Gill, primer presidente
algo tratable después de tantos otros violentos, y
ver de remediar tan funesta situación 1. No había
entonces en Paraguay más que una diócesis,
audazmente administrada por un desgraciado que
había matado al Obispo. Las gestiones marchaban
bien, cuando he aquí que el presidente Gill fue
víctima de un asesinato, del que no andaba ajeno
el renegado eclesiástico que acabamos de citar.
Una vez fallecido aquél ante el cual estaba
acreditado monseñor Roncetti, acabó también la
misión. Entonces Pío IX ((**It13.783**))
encargó a monseñor Di Pietro, delegado apostólico
en Argentina, que fuera al Paraguay y pusiera un
poco de orden en aquella pobre Iglesia. Este, muy
amigo de la Congregación, quería a los Salesianos
allí, por lo cual solicitó la intervención de la
Santa Sede. León XIII, preocupado como su
Predecesor por el bien de tantas almas, ordenó al
Cardenal Secretario de Estado que hablase de ello
con don Bosco, el cual, próximo a ir a Roma,
recibió esta carta.
Ilmo. Señor:
La deplorable situación que atravesaba la
República del Paraguay, con respecto a las
necesidades espirituales del pueblo, conmovió el
corazón paternal de Su Majestad Apostólica Pío IX,
el cual, poco antes de descansar en el Señor,
proporcionó oportunos remedios, enviando allí un
Delegado Apostólico, acompañado de celosos
sacerdotes, para que atendiesen a la salvación de
aquellas almas casi abandonadas por falta de
sacerdotes idóneos. Por las noticias llegadas a la
Santa Sede se ha sabido con gran satisfacción que
el Señor se ha dignado bendecir las atenciones del
llorado Pontífice, y fecundar la obra de aquellos
operarios evangélicos, teniendo sólo que lamentar
con pena que los eclesiásticos enviados son
insuficientes, cuando la necesidad de ayuda sigue
creciendo para conservar de modo especial los
frutos ya recogidos.
Por consiguiente, como el actual Pontífice,
animado por el más ardiente celo en favor de los
fieles confiados al universal cuidado que debe
ejercer en todas las iglesias, desea no ahorrar
ningún medio apto para dicha finalidad, me ha
indicado dirigirme a V. S. Ilma., para que se
digne informarme lo antes posible, en qué medida
puede acudir en socorro de la diócesis del
Paraguay y del Delegado Pontificio, ya sea
enviando desde aquí un número de misioneros
dirigidos por V. S., ya sea haciendo que vayan
desde Buenos Aires, donde ya han dado prueba de
celo diligente y laboriosidad verdaderamente
apostólica.
A la espera, pues, de conocer si V. S. Ilma.
podrá secundar las intenciones de Su
1 Breve de Pío IX, 20 de junio de 1876, al
presidente Gill, y respuesta del Presidente,
Asunción, 30 de octubre de 1876.
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