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breve; en consecuencia, prescribióle que no
escribiese ni leyese después de la puesta del sol.
Esparcióse por la casa la mala noticia y no es
para describir la pena que afligió a hermanos,
novicios y alumnos. Estos últimos se impusieron
visitas cotidianas al Santísimo Sacramento, y
organizaron grupos para comulgar cada mañana hasta
un centenar; hubo algunos que se ofrecieron al
Señor como víctimas, a fin de que don Bosco no se
viese obligado a cesar en el gran bien que hacía.
Muchos novicios pidieron al Señor quedarse ellos
ciegos, con tal de que don Bosco se viera libre de
tan gran desgracia. Llegó rápidamente la noticia a
los colegios y se entablaron en ellos nobles
porfías de oraciones y sacrificios para conjurar
la temida desgracia.
Durante todo el mes de diciembre no mejoró,
pero tampoco empeoró; sin embargo, no pudo esto
impedir que, dos días antes de expirar el año
1878, preparase el Beato las maletas para ir a
Génova, Marsella y Roma, donde le encontraremos en
el próximo volumen. Antes de salir del Oratorio
encargó a don Miguel Rúa que diese a todos, en su
nombre, el aguinaldo para el nuevo año. Este debía
ser la Unión. Unión de los muchachos entre sí,
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mucha unión de los superiores entre sí. Unión de
los muchachos con los asistentes y con los
superiores. Buscar los medios que podían promover
tal unión, a saber: 1.°, la frecuencia de los
Santos Sacramentos; 2.°, la condescendencia en los
superiores; 3.°, la sumisión en los súbditos.
Buscar, además, el evitar todo lo que pudiese
romper dicha unión apartando toda riña o
maledicencia y huyendo de las amistades
particulares, etc. Don Miguel Rúa comunicó otra
cosa más que le había confiado don Bosco: que, a
su regreso, no volvería a encontrar a todos los
presentes, porque, durante su ausencia, alguno
habría partido para la eternidad.
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