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bestezuelas tendidas en tierra, moviendo las patas
intentando levantarse para dirigirse hacia el
jardín; pero no podían andar. Abrí la puerta,
levanté la voz, mas sus esfuerzos eran inútiles.
La Iluvía y el granizo continuaban azotándolas de
tal manera que infundían ((**It13.763**))
lastima; una era herida en la cabeza, otra en la
quijada, ésta en un ojo, aquélla en una pata,
otras en diversas partes del cuerpo.
Después de algún tiempo, la tempestad cesó por
completo.
-Observa, me dijo el que estaba a mi lado, la
frente de estos corderos.
Y vi escrito en el lugar indicado el nombre de
cada uno de los muchachos del Oratorio.
-Conozco al muchacho que lleva este nombre, me
dije; y no me parece precisamente un corderillo.
-Verás, verás, me fue respondido.
Seguidamente me presentaron un vaso de oro con
tapadera de plata y al mismo tiempo escuché estas
palabras:
-Toca con tu mano untada en este bálsamo las
heridas de estos animales y curarán
inmediatamente.
Yo, entonces, comencé a llamarlos:
-íBrrr, brrr!
No se movían. Repetí la llamada y nada; intenté
acercarme a uno y se apartó arrastrándose. Yo les
seguía, pero el juego volvía a repetirse.
->>No quiere? íPeor para él!, exclamé. Iré en
busca de otro.
Y así lo hice, pero también éste escapó. A
cuantos me aproximaba para ungirlos y curarlos,
emprendían la fuga. Yo los perseguía, pero
inútilmente. Al fin alcancé a uno: ípobrecillo!,
tenía los ojos fuera de las órbitas y en tan mal
estado que daba compasión, Se los toqué con la
mano, curó y, saltando, corrió al jardín.
Entonces, otras muchas ovejas, al ver esto, no
manifestaron repugnancia, se dejaron tocar y curar
y entraron en el jardín. Pero eran muchas las que
quedaban fuera, especialmente las más llagadas, a
las cuales no me fue posible acercarme.
-íSi no se quieren curar, peor para ellas! Pero
no sé cómo podré hacer para que entren en el
jardín.
-Déjalo de mi cuenta, me dijo uno de los amigos
que estaban conmigo. Ya vendrán, ya vendrán.
-íYa veremos!, dije.
Coloqué el vaso donde había estado primeramente
y volví al jardín.
Este había cambiado de aspecto por completo, y
pude leer a su entrada: Oratorio. Apenas penetré
en él, he aquí que los corderitos que no habían
querido venir, se acercaron, entraron
apresuradamente y corrieron a echarse por un lado
y por otro; pero tampoco entonces pude acercarme a
ellos. Hubo varios que, no queriendo recibir el
ungüento, consiguieron que éste se convirtiese
para ellos en veneno que en lugar de curarles las
llagas se las irritaba aún más.
-íMira!, me dijo un amigo. >>Ves aquel
estandarte?
Me volví y vi tremolar al viento un gran
estandarte en el que se leía escrito en grandes
caracteres: <>.
-Sí, lo veo, repliqué.
-Ahí tienes el efecto de las vacaciones, añadió
uno de los que me acompañaban, mientras yo me
sentía abrumado de dolor al contemplar aquel
espectáculo.
-Tus jóvenes, continuó el tal, salen del
Oratorio para ir a pasar las vacaciones, decididos
a alimentarse con la palabra de Dios y a
conservarse buenos: pero después sobreviene el
temporal, esto es las tentaciones; seguidamente la
lluvia, o asaltos del
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