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Después de haber manifestado cómo los que luchan
contra Dios, andan perdidos en medio de una Babel,
y haber añadido que los que le aman están, por el
contrario, en Pentecostés, prosigue: <>
((**It13.756**)) En el
Oratorio de los Salesianos, lo mismo que los
Apóstoles en el Cenáculo, reunidos en torno a
María Auxiliadora, aquellos buenos muchachos
acudían de todas partes para celebrar el día
onomástico de su piadoso Maestro, y leerle sus
cariñosos saludos, en muchas y diversas lenguas,
en italiano, francés, inglés, irlandés, escocés,
alemán, polaco, español, y hasta americano con el
acento de los salvajes, de los indios, pamperos y
patagones; entonces yo, deshecho en lágrimas,
exclamé:
-íEsto es el milagro de Pentecostés!
Pues bien, entonces oí a don Bosco, ese hombre
providencial, que, con las manos elevadas al
cielo, exclamó lo mismo que el Salvador:
-íOh, qué abundante es la mies! Roguemos al
Dueño que nos envíe operarios para poder dar pan
de vida eterna a los hombres, nuestros hermanos,
de todos los colores, a los que nuestro Padre
invita al banquete de su Hijo Jesús...
Y yo repetía sollozando:
-íOh, Padre de la misericordia, apresuraos a
hacer de todos los hombres un solo rebaño de
ovejas bajo un solo y buen pastor!
A las seis de la tarde del sábado 29 siguió la
fiesta; entonces don Bosco pudo manifestar en el
ardor del discurso sus sentimientos. Habló así:
He de confesaros que en este momento tuve un
sentimiento de soberbia, no ya por los títulos y
alabanzas que me habéis prodigado (porque esto se
hace en razón de aquella figura retórica que se
llama hipérbole, y vosotros no habéis hecho más
que describirme cómo deseáis que yo sea), sino por
otra razón. Yo leí y escuché en estos días todas
las cartas que se me enviaron y se me leyeron, y
vi en todas (a parte la elocuencia de quien no
podía hacerlo mejor) un buen corazón, un sentido
de gratitud y de amor tan organizado, que no pude
por menos de decir:
-Pero íqué muchachos tan inteligentes tengo yo!
íEstos muchachos se conservarán así, porque no es
posible que quien tiene gratitud no tenga las
demás virtudes, y que quien conoce las virtudes no
las practique!
Este pensamiento me suscitó aquel sentimiento
de soberbia. Estuve contento. También estoy muy
contento de otra cosa, y es, que este año los
jóvenes en general son buenos. Debo, por tanto,
agradecer a todos los que trabajan para que sean
así. Debo
1 Dio ci liberi, che sapienti! Fascículo de
agosto de 1878, de las Letture Cattoliche, págs.
110-111.
(**Es13.642**))
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