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del Padre Santo, me esforcé por obtener unos
minutos de audiencia con Su Santidad. Hice la
petición por escrito; el Padre Santo manifestó en
una audiencia pública el deseo de oírme, pero no
me fue posible por la multitud de forasteros, que,
al menos, deseaban ver al Padre Santo. En aquel
aprieto de tiempo y de asuntos el eminentísimo
Cardenal Vicario me pidió noticias precisas sobre
los conceptinos y yo pensé entregarle el memorial
que le acompañaba, rogándole lo hiciera llegar a
manos del Padre Santo como creo que haya hecho.
N.° 2. Algunos asuntos de urgencia me llamaron
a toda prisa a Turín. Un mes después don José
Scappini cayó en un estado de postración de
fuerzas por el que tuvo que volver a su tierra y
guardar cama. Pero, antes de partir, proveyó al
servicio religioso de los conceptinos en la
persona de un sacerdote, que debía hacer sus veces
hasta su regreso.
Entretanto recibí la primera carta del cardenal
Randi en la que me pedía aclaraciones y
observaciones.
N.° 3. Si por acaso tuviera tiempo, podría ver
aquí la carta del Eminentísimo Purpurado y mi
respuesta. La conclusión era que, como simples
capellanes, podríamos prestar servicio, pero si el
Padre Santo deseaba otra cosa, iríamos a lo que
dispusiese. Mientras tanto don José Scappini se
recuperó de las obstinadas fiebres y se encontraba
en condiciones de partir para Roma. Ya había
avisado al superior de los conceptinos, cuando
recibió una carta del hermano Luis, en la que, en
nombre de monseñor Fiorani, escribía que don José
Scappini suspendiera su ida a Roma, pues tal vez
tendría que regresar enseguida, sin dar razón de
ello. Esta carta está en manos del cardenal Randi.
Quedé extrañado; supliqué a Su Excelencia tuviera
a bien decirme algo y, después de unos días, me
dio respuesta con carta del 1.° de octubre de
1877, en la que me comunica la disposición
pontificia y desaprueba la manera como fue
despedido don José Scappini. Entonces tuve que
suspender todas las gestiones con respecto a los
conceptinos.
Espero ahora nuevas deliberaciones, y mientras
tanto ocupo de otra manera a las personas
destinadas a aquel fin. Pero en todos mis escritos
siempre me cuidé de notar al Padre Santo que todas
sus intenciones, todos sus deseos, eran para los
salesianos un mandato, que con gozo cumpliríamos
siempre y pronto.
((**It13.63**)) Se han
escrito algunas cartas confidenciales al
eminentísimo cardenal Randi. Dentro de poco espero
darme un paseo hasta Roma y decir a V. E. lo que
no conviene confiar al papel. Estoy sumamente
agradecido por la bondad que nos dispensa e,
invocando humildemente su santa bendición, tengo
el alto honor de poderme profesar de,
Vuestra Eminencia Reverendísima,
Turín, 29 de noviembre de 1877.
Su atto. y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.
Para conocer la historia completa del asunto,
sería preciso saber también cuáles eran los
detalles que la prudencia no permitía <>; sin embargo, todo lector avisado se habrá
dado cuenta de que hubo de haber enredos poco
honestos, de los que don Bosco tuvo por lo menos
indicios, y que, a pesar de ello, procedió hasta
el fin con la máxima rectitud, caridad y
desinterés.(**Es13.62**))
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