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a don Bosco, el cual recogía y educaba a muchos
jovencitos. Entonces él, que hacía mucho tiempo
deseaba colocar a un muchacho en un instituto
benéfico, entró en la casa, dirigióse al Prefecto,
pidió informaciones, cumplió los trámites
correspondientes, pagó inmediatamente la pensión,
y el muchacho fue aceptado. Después pidió si le
era posible ver a don Bosco y hablar con él un
momento. Había oído nombrar a don Bosco en
distintas ocasiones, pero no le conocía y no tenía
una idea precisa de sus casas. Le acompañaron
hasta el despacho de don Bosco. Apenas estuvo ante
él, con la expansiva franqueza, tan típica en los
de su región, se desahogó y empezó a decir:
-Soy un tal don Antonio Fusconi. Ya habrá
recibido una circular mía, en la que notificaba
que, con aprobación de su Eminencia el cardenal
Parocchi, mi Ordinario, y con la bendición del
((**It13.646**)) Santo
Padre León XIII, yo pensaba abrir en Bolonia una
casa de corrección y de ejercicios, para los
sacerdotes que los Obispos quisieran someter a
este castigo o para los que quisieran retirarse
voluntariamente a hacer una vida mejor. Estoy
ahora de paso por Turín, y la casualidad, o mejor,
la divina Providencia, sin pensar yo en ello, me
ha traído a esta iglesia y me ha empujado a entrar
en esta casa. He preguntado si podía hablar con V.
S., que sé está siempre alumbrado por el Señor.
>>Qué dice de mi proyecto?
->>Y quién, respondió súbitamente don Bosco;
quién le ha comunicado ese proyecto, que hace años
estoy estudiando yo también? De momento nosotros
practicamos esta obra de caridad y con fruto:
están repartidos por nuestras casas algunos de
esos sacerdotes. Pero el proyecto, tal y como está
expuesto en su circular, no creo se pueda llevar a
cabo. Ante todo, ningún sacerdote querrá ir a su
instituto, puesto que sería lo mismo que decir: Yo
soy un sacerdote... indisciplinado. Y además,
cuando hubiere algunos, >>en qué ocuparlos? Haga
usted así: quédese unos días con nosotros en el
Oratorio; verá nuestras cosas, nos pondremos de
acuerdo, y estudiaremos juntos lo mejor que
podamos nuestro plan. Así, podremos hablar de
muchas otras cosas.
Don Antonio Fusconi, escuchó aquellas palabras
como bajadas del cielo. Se quedó a comer. Hablando
con don Bosco llegó a la conclusión de que era
mejor entenderse con él y hasta hacerse salesiano.
Había alquilado una habitación en la ciudad para
cierto tiempo; dormía, pues, fuera, pero a las
ocho de la mañana volvía a entrar en el Oratorio,
donde se quedaba hasta las ocho de la tarde
trabajando. Un día se congratuló con don Bosco,
porque no había dejado que le faltara trabajo.
Realmente, en el Oratorio, don Miguel Rúa
encontraba siempre cómo ocupar a todos los que
llegaban según su capacidad; porque
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