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((**Es13.536**) en nuestras casas. >>Quién ha hecho todo esto? >>Un sacerdote? íNo! >>Dos, diez, cincuenta? íTampoco! Ni siquiera un número mayor habría podido lograrlo. Fueron los muchos cooperadores y cooperadoras que, en todas partes, en todo pueblo y ciudad, se pusieron de acuerdo para ayudar a estos pocos sacerdotes. íSí, ellos son! íY no solamente ellos! Hay que reconocer, además, la mano de Dios que quiso sacar tanto de la nada. Sí, es la divina Providencia quien envió tantos medios para salvar a tantas almas. De no haberlo querido precisamente el Señor, yo juzgaría que es imposible para cualquiera el poder hacer tanto. Pero la necesidad era real y grande y el Señor siempre envía grandes socorros para las grandes necesidades. Estas necesidades son cada día más apremiantes. >>Acaso nos va a abandonar el Señor? Lo que os digo del continuo aumento de necesidades espirituales y temporales, es una incontrastable y dolorosa verdad. íSi viérais cuántas peticiones nos llegan de todas partes del mundo para abrir casas en favor de los pobres muchachos abandonados! Antaño, sólo en las grandes ciudades había que atender el alma y el cuerpo de tantos pobres muchachos abandonados, escandalizados, víctimas desgraciadas del crimen, de la miseria, del vicio; pero, ahora, en cuántos otros lugares, hasta pequeños, hay que atender a la juventud abandonada, si se quiere salvar a la sociedad. Causa admiración cuando se llega a conocer una parte de la realidad de tantas miserias. Y ahora, además, crece enormemente la necesidad de celo y de socorro para las misiones. Y advertid que ya no se trata de ir a arriesgar la propia vida entre los salvajes con peligro del martirio o de grandes sufrimientos. Ya son ellos mismos quienes comienzan a conocer ((**It13.627**)) su desgraciado estado y desean instruirse. Son ellos mismos, diría, quienes nos tienden sus brazos, pidiendo que se vaya a civilizarlos y a enseñarles religión, sin la cual se dan cuenta de que su vida es desgraciada. De todas partes llegan peticiones de misiones. De la India, de China, de Santo Domingo, del Brasil, de la República Argentina se nos hacen enardecidas peticiones, de modo que si, en el momento en que yo os hablo, tuviese dos mil misioneros, sabría donde colocarlos al instante, con la seguridad de que producirían un gran fruto. Pero también en las misiones se ha hecho ya el bien con la ayuda de los oratorios y esperamos que, con el apoyo y el socorro de los cooperadores y cooperadoras, se pueda aumentar mil veces este bien para mayor gloria de Dios. Hay también otra obra que se formó y salió de estos oratorios, obra que no deseo sea publicada, pero que es bueno la conozcáis. Es la de buscar jóvenes de buena voluntad y poner en su mano los medios necesarios para alcanzar la dignidad sacerdotal. El número de los ministros del Señor, ya lo veis, disminuye de día en día en proporción espantosa. Se buscaron, pues, por todas partes, jóvenes que ofrecieran firme esperanza de vocación eclesiástica, se reunieron, se les hizo estudiar, y he aquí, que, gracias al Señor, salieron ya de nuestras casas, mediante esta obra, centenares y centenares de sacerdotes. >>Queréis que os diga, con toda confianza y secreto, el número de clérigos a quienes se les impuso la sotana durante el curso pasado? Oíd. Entre todas nuestras casas esparcidas por Italia, Francia, Uruguay y Argentina llegaron a trescientos. La mayoría de ellos van a sus propias diócesis y por deciros, solamente de una, mirad: en la diócesis de Casale, de cuarenta y dos seminaristas que tiene en el seminario, treinta y cuatro proceden de nuestras casas. Otros se hacen religiosos, algunos van a las misiones al extranjero o se quedan con nosotros para ayudarnos con todas sus fuerzas. >>Veis a dónde van a parar vuestras limosnas, vuestra ayuda, vuestra caridad? Otra obra, y no pequeña, consiste en poner un dique a la herejía, que amenaza invadir muchas ciudades y pueblos. Ella hace estragos en los pueblos católicos y va ensanchándose, a(**Es13.536**))
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