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en nuestras casas. >>Quién ha hecho todo esto?
>>Un sacerdote? íNo! >>Dos, diez, cincuenta?
íTampoco! Ni siquiera un número mayor habría
podido lograrlo. Fueron los muchos cooperadores y
cooperadoras que, en todas partes, en todo pueblo
y ciudad, se pusieron de acuerdo para ayudar a
estos pocos sacerdotes. íSí, ellos son! íY no
solamente ellos! Hay que reconocer, además, la
mano de Dios que quiso sacar tanto de la nada. Sí,
es la divina Providencia quien envió tantos medios
para salvar a tantas almas. De no haberlo querido
precisamente el Señor, yo juzgaría que es
imposible para cualquiera el poder hacer tanto.
Pero la necesidad era real y grande y el Señor
siempre envía grandes socorros para las grandes
necesidades. Estas necesidades son cada día más
apremiantes. >>Acaso nos va a abandonar el Señor?
Lo que os digo del continuo aumento de
necesidades espirituales y temporales, es una
incontrastable y dolorosa verdad. íSi viérais
cuántas peticiones nos llegan de todas partes del
mundo para abrir casas en favor de los pobres
muchachos abandonados! Antaño, sólo en las grandes
ciudades había que atender el alma y el cuerpo de
tantos pobres muchachos abandonados,
escandalizados, víctimas desgraciadas del crimen,
de la miseria, del vicio; pero, ahora, en cuántos
otros lugares, hasta pequeños, hay que atender a
la juventud abandonada, si se quiere salvar a la
sociedad. Causa admiración cuando se llega a
conocer una parte de la realidad de tantas
miserias.
Y ahora, además, crece enormemente la necesidad
de celo y de socorro para las misiones. Y advertid
que ya no se trata de ir a arriesgar la propia
vida entre los salvajes con peligro del martirio o
de grandes sufrimientos. Ya son ellos mismos
quienes comienzan a conocer ((**It13.627**)) su
desgraciado estado y desean instruirse. Son ellos
mismos, diría, quienes nos tienden sus brazos,
pidiendo que se vaya a civilizarlos y a enseñarles
religión, sin la cual se dan cuenta de que su vida
es desgraciada. De todas partes llegan peticiones
de misiones. De la India, de China, de Santo
Domingo, del Brasil, de la República Argentina se
nos hacen enardecidas peticiones, de modo que si,
en el momento en que yo os hablo, tuviese dos mil
misioneros, sabría donde colocarlos al instante,
con la seguridad de que producirían un gran fruto.
Pero también en las misiones se ha hecho ya el
bien con la ayuda de los oratorios y esperamos
que, con el apoyo y el socorro de los cooperadores
y cooperadoras, se pueda aumentar mil veces este
bien para mayor gloria de Dios.
Hay también otra obra que se formó y salió de
estos oratorios, obra que no deseo sea publicada,
pero que es bueno la conozcáis. Es la de buscar
jóvenes de buena voluntad y poner en su mano los
medios necesarios para alcanzar la dignidad
sacerdotal. El número de los ministros del Señor,
ya lo veis, disminuye de día en día en proporción
espantosa. Se buscaron, pues, por todas partes,
jóvenes que ofrecieran firme esperanza de vocación
eclesiástica, se reunieron, se les hizo estudiar,
y he aquí, que, gracias al Señor, salieron ya de
nuestras casas, mediante esta obra, centenares y
centenares de sacerdotes. >>Queréis que os diga,
con toda confianza y secreto, el número de
clérigos a quienes se les impuso la sotana durante
el curso pasado? Oíd. Entre todas nuestras casas
esparcidas por Italia, Francia, Uruguay y
Argentina llegaron a trescientos. La mayoría de
ellos van a sus propias diócesis y por deciros,
solamente de una, mirad: en la diócesis de Casale,
de cuarenta y dos seminaristas que tiene en el
seminario, treinta y cuatro proceden de nuestras
casas. Otros se hacen religiosos, algunos van a
las misiones al extranjero o se quedan con
nosotros para ayudarnos con todas sus fuerzas.
>>Veis a dónde van a parar vuestras limosnas,
vuestra ayuda, vuestra caridad? Otra obra, y no
pequeña, consiste en poner un dique a la herejía,
que amenaza invadir muchas ciudades y pueblos.
Ella hace estragos en los pueblos católicos y va
ensanchándose, a(**Es13.536**))
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