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vez leído el mismo párrafo de la vida de san
Francisco, que se leyó en Roma, cantaron un devoto
motete los alumnos. Don Bosco subió al púlpito y
describió la historia de los Cooperadores en el
mismo lugar de su origen y de su primera
actuación. Muchos de los que, ((**It13.624**)) desde
el principio, habían prestado, sacrificándose a sí
mismos, su ayuda al <> recién
llegado sin medios, estaban presentes y
confirmaban su narración y se complacían al oír
los progresos que realizaba la obra allí empezada
por ellos. Es muy útil para la historia que este
documento no se pierda; los lectores con prisas
vayan a la conclusión del capítulo. Don Bosco
habla precisamente ex abundatia cordis (con toda
su alma).
Beneméritos cooperadores y cooperadoras, no sé
si debo, ante todo, daros las gracias, o invitaros
a que las deis, juntamente conmigo, al Señor, por
habernos unido en un grupo organizado, dispuesto a
hacer mucho bien, y habernos juntado esta tarde
aquí, para la primera conferencia que celebran los
Cooperadores Salesianos en Turín.
Pero, antes de exponeros lo que deseo, quiero
relataros un poco de historia, que nos dará a
conocer lo que ya han hecho, aquí en Turín, los
Cooperadores Salesianos, antes de que llevaran
este nombre, y cuál es su función en estos
tiempos. Oídme.
Hace treinta y cinco años que el espacio
ocupado hoy por esta iglesia era un lugar de
reunión de muchos jóvenes traviesos, que venían
aquí para alborotar, reñir y blasfemar. Había al
lado dos casas en las que se ofendía mucho al
Señor: una, la taberna a la que venían los
borrachos y toda clase de mala gente.
La otra, colocada aquí mismo donde está el
púlpito y que se extendía a mi izquierda, era una
casa de libertinaje e inmoralidad. El año 1846
llegaba aquí un pobre sacerdote y alquilaba a muy
alto precio dos habitaciones de esta segunda casa.
Aquel sacerdote venía acompañado de su madre.
Pretendía ver la manera de hacer algún bien a la
pobre gente del vecindario. Todo su patrimonio se
encerraba en la cesta que llevaba su madre al
brazo. Pues bien, ese sacerdote vio a los
muchachos que se reunían para hacer de las suyas,
pudo acercarse a ellos, y quiso el Señor que
oyeran y comprendieran su palabra. Se hizo
necesaria una capilla para el culto divino. Y,
partiendo del lado de la epístola de este altar
mayor y alargándose hacia la derecha de quien lo
mira, había un cobertizo que servía de almacén. Se
pudo comprar y se arregló para iglesia, ya que no
había otro local. Aquellos muchachos traviesos se
dejaron captar poco a poco y vinieron a la
iglesia; su número creció de tal modo que, al poco
tiempo, no solamente llenaban la iglesia hasta los
topes, sino hasta la misma plazuela, que ocupaba
el espacio en que ahora me escucháis vosotros, y
aquí se les enseñaba el catecismo. Mas aquel
sacerdote estaba solo. Ciertamente le ayudaba el
celosísimo teólogo Borel, que tanto bien hizo en
Turín; pero estaba muy ocupado en la atención de
los condenados a muerte en las cárceles, en las
obras del Cottolengo, ((**It13.625**)) de la
marquesa Barolo y otras, y no podía atender a los
muchachos más que un poco, ya que su vida estaba
en otra parte. Pero el Señor proveyó de cuanto
faltaba.
Poquito a poco, varios beneméritos
eclesiásticos se unieron al pobre sacerdote y
prestaban su ayuda, uno confesando, otro
predicando, otro enseñando el catecismo. El
Oratorio estaba atendido por estos eclesiásticos.
Pero no bastaban: aumentó la necesidad con las
escuelas nocturnas y dominicales, y unos cuantos
sacerdotes no eran
(**Es13.534**))
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