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ni siquiera sabía que existieran los hermanos
Buzzetti; que no les debía absolutamente nada. Los
hermanos Buzzetti recurrieron a los tribunales.
Llevaban su contabilidad con el valioso libro de
cuentas corrientes; el teólogo Maffei se prestaba
a ser testigo, y no faltaban pruebas. Sin embargo,
quedaba alguna dificultad por resolver, apta para
crear complicaciones.
Chiuso fue citado ante el tribunal de comercio.
En la audiencia, empezó a leer un escrito con la
defensa que le había preparado el abogado. Pero el
presidente, cortando la lectura, le invitó a
responder sencillamente con sí o un no a sus
preguntas.
->>Hubo algún contrato entre Gastaldi y los
Buzzetti?...
->>Conocéis a los hermanos Buzzetti?...
->>A cuánto asciende la deuda de Gastaldi con
dichos hermanos?...
Esta decisión obligó a Chiuso a responder,
sobre todo porque del tribunal de comercio se
podía pasar al tribunal de lo criminal. Llegóse
entonces a un arreglo. Chiuso pagó la cantidad
convenida y entregó los recibos parciales.
Pero volvamos a un ambiente más sereno. La tan
retardada función de la colocación de la piedra
angular se celebró la víspera de la Asunción. En
la invitación para asistir, el Siervo de Dios la
anunció con <>. El señor Arzobispo prestó
al sagrado rito toda la solemnidad del Pontifical
Romano. Asistió como mayordomo el barón José
Ceriana, banquero, que echó la primera paletada
sobre la piedra bendecida. Dicha piedra se colocó
((**It13.599**)) según
lo prescrito, en el lugar del presbiterio de la
futura iglesia y precisamente junto a la columna
más próxima al altar mayor, por el lado del
evangelio, en el zócalo apoyado sobre el pavimento
del edificio. Bastantes sacerdotes, muchos
ilustres señores y señoras, un grupo notable de
cooperadores y cooperadoras quisieron dar brillo a
la ceremonia con su presencia. Antes de que
empezase el acto litúrgico, el Beato don Bosco
leyó el acta ya preparada, y después dirigió a los
presentes un breve discurso que había escrito,
para unirlo al acta. Habló así:
Excelencia Reverendísima, respetables señores:
En este solemne momento, debo cumplir con un
acto de vivo reconocimiento que invade mi corazón,
hacia Vos y hacia todos los que, con sus
oraciones, con sus medios materiales y morales,
han colaborado en favor de este Monumento de
reconocimiento y amor al gran Pío IX. No pudiendo,
como desearía, pagar a cada uno, según su
merecimiento, prometo que para Vos, aquí presente,
y para todos los que concurrieron o concurrirán al
éxito de este edificio, y, sobre todo, para los
cooperadores salesianos, se harán diariamente
oraciones a Dios en la iglesia de María
Auxiliadora, y dentro de
(**Es13.513**))
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