((**Es13.505**) Y
ahora tengo que pedirle un favor. En la primera
quincena del próximo mayo, tendremos que hacer la
bendición de la primera piedra para la iglesia de
San Juan Evangelista, que en honor del llorado Pío
IX, se está levantando junto al templo de los
protestantes a lo largo de la Avenida del Rey en
Turín. >>Haría usted el favor de asistir para
colocar esa piedra en su lugar y echar la primera
paletada de cal? Este es el favor que le pido, por
amor a aquel Pontífice por quien tantas veces
expuso su vida 1. Puede usted elegir el día que
mejor le venga.
Espero que su familia goce de buena salud y
ruego a Dios les conserve a todos prósperamente y
con todas sus celestiales bendiciones.
Me encomiendo a la caridad de sus valiosas
oraciones, mientras, con verdadera gratitud, tengo
el honor de profesarme de V. S. carísima,
Turín, 25 de abril de 1878.
Atto. y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.
No pudo el Conde condescender a la invitación,
porque solía salir de Borgo Cornalense durante el
buen tiempo e irse con la familia a Francia.
Entonces el Beato miró más arriba: envió una
súplica al Duque de Génova. Pero también éste hizo
que le respondieran, el 6 de junio, que, con
motivo de su inminente partida ((**It13.589**)) de
Turín, le resultaba imposible aceptar <>. Ante tal negativa, intentó lograr la
asistencia del príncipe Eugenio de Carignano, el
cual no creyó oportuno hacerlo, en razón de que
nunca había aceptado peticiones para funciones
semejantes.
Jamás, en otros tiempos, habían rechazado los
príncipes de la casa de Saboya honrar al Oratorio,
con su asistencia a ceremonias solemnes;
pero, ahora, las condiciones de la vida pública no
eran las de antaño y resultaba oportuno guardar
ciertas reservas. Sin embargo, don Bosco era
siempre tenido en la Corte en muy alta estima. En
efecto, los hijos del príncipe Amadeo, Duque de
Aosta, empleaban sus libros para estudiar, como la
Historia Sagrada, la Historia Eclesiástica, la
Historia de Italia, porque tenían como profesor al
reverendo Violino, ex alumno del Oratorio. Algunas
veces le preguntaban los principitos quién era don
Bosco.
-Es un santo, respondía el preceptor, el santo
de nuestros tiempos.
Con la curiosidad de conocerlo, le preguntaron
si algún día les llevaría a verle.
-Con mucho gusto, les respondió.
Pero, aunque de vez en cuando, les llevaba a la
iglesia de María Auxiliadora, nunca entró en el
Oratorio, porque el príncipe Amadeo
1 El Conde había servido en las filas de los
zuavos pontificios.
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