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en torno al valor de la herencia que le había
tocado a don Bosco; corrían cifras colosales de
boca en boca: eran millones y millones llovidos
del cielo: ya no tenía necesidad de implorar la
caridad. Pero la realidad quedaba muy por debajo
de las hiperbólicas suposiciones. Y como quiera
que la difusión de habladurías tan estrafalarias
podía influir siniestramente en las almas y
desviar los arroyos de la beneficencia ordinaria,
el Boletín de junio cortó por lo sano, publicando
una declaración que ((**It13.573**)) ponía
las cosas en su punto. El Siervo de Dios, como
testimonio público de su agradecimiento, hizo que
se celebrase un funeral solemne de trigésima el 28
de mayo en la parroquia de Santa Teresa, con
muchos invitados.
Otro nuevo dolor sufrió don Bosco a muy poca
distancia de tiempo: el 3 de mayo perdió otro gran
bienhechor, el marqués Domingo Fassati, fervoroso
cristiano y muy encariñado con el Papa. Se
hicieron muchas plegarias por él en el Oratorio y
en su casa. Para los funerales de trigésima invitó
don Bosco a cuantos pudo, repartiendo una circular
muy sencilla y expresiva.
FUNERALES
Los alumnos del Oratorio de San Francisco de
Sales, con el sentimiento de la pérdida del
marqués Domingo Fassati, dedican unos funerales en
sufragio de su alma en la iglesia de María
Auxiliadora el día 5 del mes corriente a las siete
de la mañana.
Respetuosamente se invita a V. S. a ellos, y,
si no pudiera asistir, dígnese al menos elevar a
Dios una oración en sufragio del alma de su
llorado bienhechor.
Turín, 2 de junio, 1878.
JUAN BOSCO, Pbro.
Hacía poco tiempo también que había precedido a
la tumba a estos dos patricios de Turín, otro gran
protector de don Bosco, el cardenal José Berardi,
que pasó al eterno descanso el 6 de abril. Padecía
graves incomodidades de salud desde el verano de
1877; una apoplejía cortó su existencia. Era
cardenal hacía diez años. Había llegado a aquella
dignidad por los relevantes servicios rendidos a
la Santa Sede desde los primeros días del
pontificado de Pío IX. Había nacido en Ceccano el
28 de diciembre de 1810.
La desaparición de estos tres veteranos y tan
beneméritos amigos suyos amargó profundamente el
alma del Siervo de Dios. Merecen reconocimiento
eterno de los hijos de don Bosco.
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