((**Es13.47**)
Estamos en Roma, en el Vaticano. El Papa ha
muerto. Y es tanta verdad que cuando quiera salir
de aquí encontrará grandes dificultades para
lograrlo y no dará con la escalera.
Entonces yo me asomé a las puertas, a las
ventanas y vi por todas partes casas en ruina y
destruidas y las escaleras deshechas y escombros
por doquier.
-Ahora sí que me convenzo de que estoy soñando,
dije; hace poco he estado en el Vaticano con el
Papa y no había nada de todo esto.
-Estas ruinas, dijo Buzzetti, fueron producidas
por un terremoto repentino que tendrá lugar
después de la muerte del Papa, pues toda la
Iglesia se sentirá sacudida de una manera terrible
al producirse su fallecimiento.
Yo no sabía qué decir, ni qué hacer. Quería
bajar a toda costa del lugar donde me encontraba;
hice la prueba, pero temí rodar a un precipicio.
Con todo intentaba descender, pero unos me
sujetaban por los brazos, otros por la ropa y un
tal por los cabellos, con tanta fuerza que no me
permitía dar un paso. Yo entonces comencé a
gritar:
-íAy, que me hace daño!
Y tan grande fue el dolor que sentí, que me
desperté encontrándome en el lecho, en mi
habitación.
El Siervo de Dios, aunque no se reservó para sí
este sueño singular, prohibió a los Directores que
hablasen de él, expresando así su parecer de que
por de pronto no se le debía dar importancia
alguna. Pero se comprobó de allí a un año, que no
se trataba de un sueño ordinario;
en efecto, en las primeras horas de la noche del 6
al 7 de febrero, el gran Pontífice Pío IX, después
de una rápida enfermedad, entregó su bella alma al
Señor.(**Es13.47**))
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