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expensas, quiere que abramos una casa en La
Spezia, que es una ciudad de los protestantes y de
la masonería. y otra en Roma. Así que no podré ir
a Marsella hasta últimos del próximo enero. Pero,
ante la urgencia, encargaría a don José Ronchail
que hiciera una visita previa para entenderse con
usted y hacer lo que sea necesario para el objeto.
Puede dirigirme cualquier recado a Roma en Torre
de'Specchi.
Ahora, aunque un poco tarde, debo darle las más
cumplidas gracias por la gran benevolencia y
caridad con que ha tratado a nuestros misioneros.
Han quedado entusiasmados de su bondad, y
escribieron diciendo unánimemente: el párroco de
san José es un verdadero cooperador salesiano; que
Dios nos lo conserve.
Hoy todos nuestros misioneros están en alta
mar. Los primeros llegarán mañana a Montevideo y
pasado mañana a Buenos Aires.
Nos encomendamos todos a la caridad de sus
santas oraciones, y créame en Jesucristo
Turín, 12 de diciembre de 1877,
Afectísimo amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
((**It13.529**)) La
alusión a los misioneros nos hace recordar
oportunamente un episodio un tanto singular.
Además de los del grupo de don Santiago
Costamagna, también los compañeros de monseñor
Ceccarelli habían experimentado el buen corazón
del canónigo Guiol en circunstancias
excepcionales. Cuando salieron de Niza, creyendo
que llegarían a Marsella por la noche, donde no
conocían a nadie, determinaron telegrafiar al
párroco de san José: <>. Y como ninguno de
los de la comitiva era conocido firmaron a secas:
DON BOSCO. El canónigo, convencido de que llegaba
don Bosco en persona, preparó una recepción
solemne. Apenas se paró el tren en la estación,
vieron los nuestros que unos nobles señores les
hacían señales, con deferencias de toda clase,
invitándoles a subir en sus propios coches,
mientras el párroco corría de una a otra parte
repitiendo: Don Bosco, où est-il? Don Bosco où
est-il? Sólo entonces comprendieron los
desdichados el lío que habían armado y, más aún,
cuando pusieron sus pies en casa y se encontraron
en un salón espléndidamente iluminado y frente a
una mesa exquisitamente preparada y tuvieron que
responder a los cumplidos de unas nobles damas,
que miraban a ver por dónde aparecía el esperado
don Bosco. Se las apañaron como Dios les dio a
entender; pero el abate Guiol, creyese o no la
afirmación de monseñor Ceccarelli que repetía que
don Bosco se había quedado en Niza con asuntos
imprevistos, pasada la primera contrariedad, no
mostró su contrariedad y, arreglándoselas con sus
amigos, ofreció a los cuatro la más cordial
hospitalidad.
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