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introdujo modificaciones, borró cosas superfluas y
suprimió todo lo que podía tener algún resquemor
político. Lo mismo en las biografías que en su
prólogo, donde traza una rápida reseña de los
cardenales, recoge y presenta la nota
característica de cada uno; se observa su cuidado
por poner de relieve sus cualidades sacerdotales,
especialmente la piedad, la caridad y el celo.
Envió un ejemplar de esta obrita, elegantemente
encuadernada, a ((**It13.516**)) todos
los cardenales y a varios prelados de la corte
pontificia;
pero, sobre todo, envió uno al Padre Santo,
presentándolo con esta carta:
Beatísimo Padre:
La divina Providencia dispuso, Beatísimo Padre,
que me hallase en Roma cuando sucedían los grandes
acontecimientos de la muerte del llorado Pío IX y
de la gloriosa elevación de S. S. al trono
pontifical. En aquella solemne ocasión, me
apresuré a recoger las principales noticias que
podían interesar al cristiano, con ánimo de
publicarlas para bien espiritual de nuestros
alumnos estudiantes y aprendices y también de los
fieles que quisieren aprovecharlas.
Me atrevo a presentar un ejemplar de este
humilde trabajo a S. S., que es el tema de todo el
libro. Siento mucho no ser capaz de hablar
dignamente de Vuestra augusta Persona y de lo que
a S. S. se refiere, por lo que le pido benigna
indulgencia. Dígnese, sin embargo, aceptar la
buena voluntad del autor, que con este escrito
sólo pretende dar una prueba de profundo respeto,
gratitud y grandísima veneración al que es cabeza
suprema de la Iglesia.
Uno, a este humilde homenaje, el de todos los
salesianos y sus alumnos, que cada día elevan
oraciones especiales al Señor, pidiéndole conserve
muchos días la preciosa salud de S. S.
Dígnese, como humildemente suplico, impartir su
apostólica bendición sobre ellos y especialmente
sobre este pobre escribiente que tiene por uno de
los más bellos días de su vida siempre que puede
profesarse,
De S. S.
Turín, 11 noviembre 1878.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
Le respondió, como es costumbre, la Secretaría
de Estado con una carta firmada por el cardenal
Nina. Decíase en ella, entre otras cosas, que el
Padre Santo había visto en aquel trabajo <>. Pero antes ya había sabido don Bosco, de
buena fuente, que el Papa había mandado colocar el
opúsculo sobre su mesa, diciendo al que lo
llevaba:
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