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imposible no reconocer la intervención de la
Providencia en el encuentro de don Bosco con el
admirable don Miguel Rúa, que, siguiendo fielmente
las instrucciones del ((**It13.512**)) Beato
e informando su espíritu con su propia conducta,
lograba salir de los apuros, sin que en casa se
barruntasen ciertas privaciones. Vino después
aquella especie de tifus, por el que casi
doscientos muchachos fueron a sus casas y murieron
quince, cinco en el Oratorio y diez con sus
familias. Don Miguel Rúa se comportó de tal modo
que consiguió no alarmar a la comunidad. Don Bosco
fue avisado algo tarde, porque se esperaba que el
malestar durara poco y no se quería aumentar sus
ya demasiado grandes preocupaciones; él ordenó
oraciones especiales, que surtieron su efecto, y,
pasados los quince días fijados por él para
algunas prácticas religiosas, la enfermedad no
causó más víctimas.
Durante la ausencia de don Bosco, recibió el
Oratorio una preciosa visita: la de monseñor
Alimonda, obispo de Albenga desde hacía poco
tiempo. Había él visitado antes el colegio de
Valsálice, en compañía del teólogo Margotti. Se le
había preparado en el Oratorio una solemne
recepción; pero, como la visita de Valsálice se
alargó, llegó al Oratorio cuando la comunidad
celebraba en la iglesia los funerales solemnes del
conde Luis Giriodi de Monasterolo. Este
gentilhombre piamontés era en 1850, cuando fue
arrestado el arzobispo Fransoni, miembro del
Tribunal de apelación; pero antes de juzgar al
ilustre acusado, dimitió y, naturalmente, perdió
su puesto en la magistratura. Entonces continuó
sirviendo a la patria con obras de beneficencia y
don Bosco fue uno de los que más gozaron de su
caridad.
Monseñor Alimonda, por tanto, después de
visitar los talleres, entró en la iglesia cuando
los muchachos cantaban el Dies irae. Aquel hombre
siempre abierto a lo bello, quedó extasiado.
Partió del Oratorio con expresiones de verdadera
satisfacción, y volvió a él cinco años más tarde,
como arzobispo de Turín y ángel consolador de don
Bosco, ya muy cansado, más por los trabajos que
por la edad.
El primer jueves de cuaresma, 17 de marzo, se
celebró en el Oratorio un solemnísimo funeral en
sufragio de Pío IX.
((**It13.513**)) El
majestuoso catafalco se levantaba casi hasta la
cúpula; la ornamentación de la iglesia y los
preparativos musicales estaban a tono con la
dignidad del desaparecido y la gratitud de los
salesianos. Las preciosas inscripciones a los
lados del túmulo y en la puerta del santuario
tejían alabanzas en honor del llorado Pontífice.
Posteriormente los cantores del Oratorio fueron
para los funerales de trigésima a Oneglia, donde
se encontraron con monseñor Alimonda, el cual
pontificó y leyó la oración fúnebre; fueron
también a Alassio y a otras
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