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((**Es13.439**) imposible no reconocer la intervención de la Providencia en el encuentro de don Bosco con el admirable don Miguel Rúa, que, siguiendo fielmente las instrucciones del ((**It13.512**)) Beato e informando su espíritu con su propia conducta, lograba salir de los apuros, sin que en casa se barruntasen ciertas privaciones. Vino después aquella especie de tifus, por el que casi doscientos muchachos fueron a sus casas y murieron quince, cinco en el Oratorio y diez con sus familias. Don Miguel Rúa se comportó de tal modo que consiguió no alarmar a la comunidad. Don Bosco fue avisado algo tarde, porque se esperaba que el malestar durara poco y no se quería aumentar sus ya demasiado grandes preocupaciones; él ordenó oraciones especiales, que surtieron su efecto, y, pasados los quince días fijados por él para algunas prácticas religiosas, la enfermedad no causó más víctimas. Durante la ausencia de don Bosco, recibió el Oratorio una preciosa visita: la de monseñor Alimonda, obispo de Albenga desde hacía poco tiempo. Había él visitado antes el colegio de Valsálice, en compañía del teólogo Margotti. Se le había preparado en el Oratorio una solemne recepción; pero, como la visita de Valsálice se alargó, llegó al Oratorio cuando la comunidad celebraba en la iglesia los funerales solemnes del conde Luis Giriodi de Monasterolo. Este gentilhombre piamontés era en 1850, cuando fue arrestado el arzobispo Fransoni, miembro del Tribunal de apelación; pero antes de juzgar al ilustre acusado, dimitió y, naturalmente, perdió su puesto en la magistratura. Entonces continuó sirviendo a la patria con obras de beneficencia y don Bosco fue uno de los que más gozaron de su caridad. Monseñor Alimonda, por tanto, después de visitar los talleres, entró en la iglesia cuando los muchachos cantaban el Dies irae. Aquel hombre siempre abierto a lo bello, quedó extasiado. Partió del Oratorio con expresiones de verdadera satisfacción, y volvió a él cinco años más tarde, como arzobispo de Turín y ángel consolador de don Bosco, ya muy cansado, más por los trabajos que por la edad. El primer jueves de cuaresma, 17 de marzo, se celebró en el Oratorio un solemnísimo funeral en sufragio de Pío IX. ((**It13.513**)) El majestuoso catafalco se levantaba casi hasta la cúpula; la ornamentación de la iglesia y los preparativos musicales estaban a tono con la dignidad del desaparecido y la gratitud de los salesianos. Las preciosas inscripciones a los lados del túmulo y en la puerta del santuario tejían alabanzas en honor del llorado Pontífice. Posteriormente los cantores del Oratorio fueron para los funerales de trigésima a Oneglia, donde se encontraron con monseñor Alimonda, el cual pontificó y leyó la oración fúnebre; fueron también a Alassio y a otras (**Es13.439**))
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