((**Es13.422**)
-íNosotras, dijeron entonces altaneramente las
dos jóvenes, hemos tenido en este mes cuatro
audiencias con el Padre Santo.
Cuando oyó esto el Siervo de Dios, no pudo por
menos que observar a aquellas señoras:
-íUstedes han sido admitidas cuatro veces en un
mes a la presencia del Papa y yo, que estoy en
Roma desde hace varios meses, que tengo muchos
asuntos que despachar y pido audiencia hace tanto
tiempo, no puedo conseguir que me despache para
volver a Turín!
Aquel señor contestó que trataría de ver, que
miraría, que aquí y que allá, y siguió haciendo
cumplidos a las señoritas. Don Bosco, asqueado, se
levantó y se marchó, acompañado por la Presidenta,
a quien dijo:
-Señora, no esperaba que me preparase semejante
sorpresa.
-Perdone, don Bosco, repuso la Presidenta, lo
hice para que pudiese encontrarse con aquel señor
y hacerle a él mismo la súplica de la audiencia.
((**It13.492**)) -Pues
bien, replicó don Bosco, haga el favor de procurar
que no me encuentre nunca en contacto con ese
hombre.
El mismo mes de febrero dio don Bosco un
ejemplo de caridad y desinterés cristiano, que
admiró a cuantos se enteraron del mismo. El día
primero de marzo murió en Roma el abogado
Francisco Sertorio, natural de Pieve de Teco, muy
amigo del Beato que lo asistió casi continuamente
durante los dos últimos días y recogió su último
respiro. Habitaba en la calle Barbieri, número
uno, piso tercero. Había prestado al Siervo de
Dios cuarenta mil liras al cinco y medio por
ciento y con un simple recibo en papel corriente
sin timbrar. No existía ningún otro documento que
probase el crédito del difunto. Se esperaba que el
buen señor, dado que no tenía herederos forzosos,
regalaría aquella cantidad al Oratorio. Más de una
vez había mencionado la posibilidad de hacerlo
antes de morir y sin mencionarlo en el testamento.
Pero era uno de esos hombres irresolutos que nunca
se deciden y, por consiguiente, no se determinan
jamás y en consecuencia no hizo testamento. Cayó
enfermo y mandó llamar a don Bosco para que fuera
a verle. Don Bosco fue; sólo encontró en la casa a
la única criada que vivía allí y supo que todos
sus parientes habitaban en Liguria. Durante la
enfermedad, ninguno de ellos acudió; don Bosco lo
visitó cada día durante dos semanas enteras y era,
puede decirse así, dueño absoluto de la casa. El
amigo no dijo ni palabra de las cuarenta mil
liras, ni quiso don Bosco recordarle su promesa,
por miedo a causarle molestia hablando de ello, de
suerte que el enfermo murió sin hacer condonación
alguna. Después de la muerte escribió don Bosco en
seguida a
(**Es13.422**))
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