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de las Huérfanas, junto al Santuario de la
Consolación, adonde iba a veces a rezar. Traídos a
la mente aquellos lejanos recuerdos, le preguntó:
->>No recuerda, don Bosco, que alguna vez iba
yo a confesarme con usted en el Oratorio?
-No lo recuerdo, contestó don Bosco sonriendo;
pero, si quiere, estoy dispuesto a oírle ahora
mismo.
-íLo necesitaría!, dijo el Ministro, riendo por
la palabra que se le había escapado de la boca.
Dio muestra de recordar aquellos años ya
lejanos, cuando solía hablar con don Bosco y
recibir alientos de él y no sólo de palabras 1.
Afirmó que sus angustias de entonces eran menores
que las que tenía al presente.
-íPero entonces yo tenía fe, añadió; sí, tenía
fe; ahora ya no la tengo!
Crispi pidió a continuación a don Bosco
noticias sobre la marcha de su obra; y esto le
llevó a hablar de sistemas educativos y a lamentar
los desórdenes que tenían lugar en los
correccionales de menores. La conversación sobre
este tema duró largo rato. El Ministro oyó la
opinión de don Bosco, hizo votos para que aquellos
lugares, donde la juventud encerrada empeoraba en
vez de mejorar moralmente, fueran confiados a los
educadores crecidos en el Oratorio de don Bosco y
le pidió un programa de su sistema para poder
examinarlo. El Beato comprendía muy bien la
imposibilidad de que el Ministro tomara semejante
decisión; sin embargo, le dejó hablar y prometió
enviarle su modo de pensar acerca de la
reorganización de los correccionales de menores.
El coloquio no podía terminar con mayor
cordialidad. ((**It13.484**)) Don
Bosco fue enseguida a dar cuenta de su misión
oficiosa. La respuesta del Ministro pareció
satisfactoria. Ciertamente Crispi era hombre de
valía; en efecto, mantuvo la palabra y, gracias a
su energía, los asomos de agitación del orden
público cesaron como por ensalmo.
A su regreso al Vaticano, después de esta
visita, tuvo don Bosco un encuentro singular. Le
interesaba mucho hablar con el cardenal Simeoni,
antiguo Secretario de Estado y, no sabiendo dónde
ni cómo encontrarle, iba dando vueltas por salas y
galerías vaticanas y le parecía estar en medio de
una obra en construcción. Albañiles y carpinteros
montaban, en aquellos suntuosos ambientes, hileras
de celdas como para seminaristas. Por todas partes
se veían obreros que trabajaban
1 Acerca de las relaciones de Crispi con don
Bosco en 1852, véase LEMOYNE, Memorias
Biográficas, IV volumen, pág. 323.
(**Es13.415**))
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