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((**Es13.415**) de las Huérfanas, junto al Santuario de la Consolación, adonde iba a veces a rezar. Traídos a la mente aquellos lejanos recuerdos, le preguntó: ->>No recuerda, don Bosco, que alguna vez iba yo a confesarme con usted en el Oratorio? -No lo recuerdo, contestó don Bosco sonriendo; pero, si quiere, estoy dispuesto a oírle ahora mismo. -íLo necesitaría!, dijo el Ministro, riendo por la palabra que se le había escapado de la boca. Dio muestra de recordar aquellos años ya lejanos, cuando solía hablar con don Bosco y recibir alientos de él y no sólo de palabras 1. Afirmó que sus angustias de entonces eran menores que las que tenía al presente. -íPero entonces yo tenía fe, añadió; sí, tenía fe; ahora ya no la tengo! Crispi pidió a continuación a don Bosco noticias sobre la marcha de su obra; y esto le llevó a hablar de sistemas educativos y a lamentar los desórdenes que tenían lugar en los correccionales de menores. La conversación sobre este tema duró largo rato. El Ministro oyó la opinión de don Bosco, hizo votos para que aquellos lugares, donde la juventud encerrada empeoraba en vez de mejorar moralmente, fueran confiados a los educadores crecidos en el Oratorio de don Bosco y le pidió un programa de su sistema para poder examinarlo. El Beato comprendía muy bien la imposibilidad de que el Ministro tomara semejante decisión; sin embargo, le dejó hablar y prometió enviarle su modo de pensar acerca de la reorganización de los correccionales de menores. El coloquio no podía terminar con mayor cordialidad. ((**It13.484**)) Don Bosco fue enseguida a dar cuenta de su misión oficiosa. La respuesta del Ministro pareció satisfactoria. Ciertamente Crispi era hombre de valía; en efecto, mantuvo la palabra y, gracias a su energía, los asomos de agitación del orden público cesaron como por ensalmo. A su regreso al Vaticano, después de esta visita, tuvo don Bosco un encuentro singular. Le interesaba mucho hablar con el cardenal Simeoni, antiguo Secretario de Estado y, no sabiendo dónde ni cómo encontrarle, iba dando vueltas por salas y galerías vaticanas y le parecía estar en medio de una obra en construcción. Albañiles y carpinteros montaban, en aquellos suntuosos ambientes, hileras de celdas como para seminaristas. Por todas partes se veían obreros que trabajaban 1 Acerca de las relaciones de Crispi con don Bosco en 1852, véase LEMOYNE, Memorias Biográficas, IV volumen, pág. 323. (**Es13.415**))
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