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de comunicárselas con disimulo a don Bosco.
Después de la muerte de Omodei murieron cinco
muchachos en sus casas... Además, ayer murió en
Lanzo el querido clérigo Arata de una enfermedad
rápida, después de cuatro días de cama. Aquí
volvemos a tener a otro en peligro de muerte.. Hay
una quinta parte de los estudiantes, y quizás más,
que están en sus casas por motivos de salud. Ya
ves cuánta necesidad tenemos de oraciones. Reza,
pues, tú y díselo también a don Bosco, aun cuando
tal vez no sea conveniente. Todo esto lo decimos
en confianza; por lo demás, ni siquiera a los
muchachos les dejamos saber todo, para no
alarmarlos a ellos y a los parientes>>. En una
carta sin fecha, pero que parece escrita después
de estas informaciones, a continuación del
repetido estribillo <<íQuehacer inmenso!>>, dice
don Bosco a don Miguel Rúa: <>. Comenzó entonces a efectuarse alguna
mejoría y a mediados de febrero cesó la
enfermedad. Parece que se trataba de una epidemia
tifoidea.
Así, pues, el 24 de enero aún no había logrado
don Bosco ver al Papa. Tan pronto como se enteró
de que se habían reanudado las audiencias, pidió
ser admitido; pero no llegaba respuesta alguna. El
no ignoraba que los días de Pío IX estaban
contados, por eso, le interesaba, sobre toda
ponderación, ir una vez más a la augusta presencia
de su más insigne bienhechor, tanto más cuanto que
llevaba siempre clavada en el corazón la espina
que le había causado el oír decir que Pío IX
sufría por su causa. Renovó dos veces sus
instancias ((**It13.474**)) al
Maestro de cámara, pero siempre en vano. Fue
varias veces a San Pedro, dio vueltas por los
alrededores del Vaticano, con la esperanza de
algún feliz encuentro, que le facilitase el
cumplimiento de su deseo. También Pío IX lo
esperaba en efecto; don Bosco supo que había dicho
repetidas veces quejándose:
-Sé que don Bosco se encuentra en Roma y no
viene a verme, y tengo cosas importantes que
decirle. Yo no he tratado así a don Bosco. íYo lo
he tratado mejor!
Don Bosco manifestó su dolor al cardenal
Oreglia. El Cardenal tomó a pechos el asunto y, al
descubrir que había de por medio alguna intriga,
dio a conocer la verdad al Papa y reprochó por
ello al Maestro de cámara; pero todo fue inútil.
Y, sin embargo, si este prelado ocupaba un puesto
tan distinguido en la corte pontificia,
precisamente se lo debía a don Bosco, según lo
cuenta por extenso Lemoyne 1.
1 Memorias Biográficas VIII volumen, pág. 499.
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