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medallas, rosarios, crucifijos y otras cosas de
este género. Desde 1870 se le enviaban grandes
cajas llenas de estos objetos, en cada una de las
cuales metían los libreros del Oratorio un
catálogo con la correspondiente lista de precios,
quedando siempre entendido que era necesario
enviar al remitente el total del gasto. En poco
tiempo, la venta llegó a ser muy grande, de modo
que los pedidos se multiplicaron. La buena
Presidenta enviaba el producto de la venta, de vez
en cuanto, a Turín, lo ponía en manos de don Bosco
o lo entregaba a quienes él señalaba. Por fin, en
1874, pensó ella pedir al Beato una cuenta exacta
del importe total y de las sumas pagadas, y tuvo
entonces la desagradable sorpresa de encontrar que
todavía quedaba a su cargo una cantidad
considerable, de la que no estaba en condiciones
de dar explicación alguna. Siempre había creído
que las cantidades enviadas eran todo el producto
de las ventas realizadas de acuerdo con la lista
de precios, pero resultaba que las cuentas eran
muy diferentes. La causa era que la Presidenta se
servía de una persona seglar de su confianza, en
cuyas manos había puesto la contabilidad y el
despacho de las operaciones pecuniarias; pero
parece que ((**It13.465**)) no
había demasiada exactitud en el manejo del dinero.
La madre Galeffi, que no tenía la menor sospecha,
siguió la buena obra hasta su muerte,
ingeniándoselas para cubrir, poquito a poco, el
déficit.
Cuando murió, en enero del 1876, la nueva
Presidenta, marquesa Canónici, trató el asunto con
don Bosco y pudo comprobar que existía una
diferencia a favor de él de veinte mil ciento
treinta y tres liras con treinta y dos céntimos,
que no aparecían pagadas, aun cuando la mercancía
había sido enviada y recibida. La noble dama podía
alegar que la casa de Tor de'Specchi no estaba
obligada a cumplir con los contratos personales de
la difunta, pero, ya fuera en atención al buen
recuerdo de la llorada Superiora, ya fuera por
delicados miramientos con don Bosco, mostró deseo
de arreglar con equidad la cuestión. Entonces el
Beato, a quien interesaba tener en Roma un
procurador general de la Congregación y un lugar
de parada para él y para los suyos, pidió como
compensación que la casa de Tor de'Specchi le
concediese el empleo gratuito de algunas
habitaciones. La madre Canónici, con el
consentimiento de las señoras Oblatas, accedió de
buen grado, poniendo a su disposición toda la
segunda planta de una casa que pertenecía al
Monasterio, situada frente por frente, con el
número treinta y seis 1. El usufructo no podía
durar, de ningún modo, más de treinta años, y sin
facultad para subarrendar en todo o en parte sus
1 En la reciente urbanización de la ciudad que
demolida esta casa.
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