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Y mantuvo en su corazón la suposición,
esperando de los sucesos la confirmación.
Pasaron treinta años desde aquel día. Don
Felipe Rinaldi era Prefecto General. Viendo el 27
de febrero de 1910 el grave estado de salud de don
Miguel Rúa, escribió en un papel el secreto que,
hasta entonces, no había manifestado a nadie, lo
metió en un sobre, lo cerró, lo selló y escribió
encima: <>.
Entregó después el sobre a don Juan Bautista
Lemoyne, secretario del Capítulo Superior, sin
dejar traslucir nada del misterioso contenido.
Murió don Miguel Rúa y, apenas realizada la
elección del sucesor, don Felipe Rinaldi mandó
llevar el sobre a su mesa, quitó el sello en
presencia de todos y leyó su escrito. En aquella
lectura pareció a los reunidos oír la voz del
Padre, que venía a confirmar al elegido y afianzar
a los electores.
También debemos registrar profecías a menor
plazo ((**It13.445**)) para
el 1877; son las consabidas predicciones de
muertes entre los alumnos del Oratorio. Cuando
preanunció el número de los que en el curso del
año pasarían a la eternidad, don Bosco no indicó
el tiempo de los fallecimientos, ni la cualidad de
los que iban a morir; lo hizo más tarde dos veces.
La primera fue durante el carnaval. Una noche dijo
después de las oraciones:
-Pasemos alegremente el carnaval, pero,
íatención! íUno de los que me escuchan no lo
acabará!
En efecto, el 10 de febrero, vigilia del
domingo de quincuagésima, dejó de vivir el joven
Esteban Mazzoglio, alumno del cuarto curso del
bachillerato, natural de Lu Monferrato; estuvo
enfermo unos días, pero nadie hubiera creído tan
próxima su partida de este mundo.
Durante la cuaresma hizo el segundo vaticinio.
En unas <>, después de recordar al
compañero difunto y encomendarlo a las oraciones
de todos, siguió diciendo:
-Uno de nosotros no terminó el carnaval, pero
otro no acabará la cuaresma, ni podrá celebrar con
nosotros la santa Pascua.
Todo se cumplió exactamente. Los alumnos del
Oratorio cumplían entonces solemnemente con Pascua
el miércoles santo. El martes santo estaba el
sacerdote que celebraba la misa en la enfermería a
punto de la consumición, cuando un jovencito
enfermo se acercó al altar, para recibir la
comunión; pero el celebrante, que no había sido
advertido, no había consagrado más hostias que la
suya, por lo cual le dijo que tuviera paciencia y
que podría comulgar a la mañana siguiente. Pero, a
la mañana siguiente el muchacho no vio la luz del
alba; un mal
(**Es13.383**))
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