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el pensamiento de la presencia de Dios,
presentándolo como medio az para pasar las
vacaciones sin caer en el pecado.
Y, ahora, guardad un rato de silencio, porque
quiero deciros una cosa. Lo que yo quería haceros
saber es que en medio de estos grandes calores,
más sofocantes que los del mes de enero, por la
gracia de Dios nuestro Señor, s sotros estamos
sanos y no nos faltan las ganas de comer. Otros
años, a fines de junio, algunos sentían que iban
perdiendo el apetito. Este año todavía no se ha
quejado el panadero de que haya disminuido la
cantidad de pan que se consume. Esto debe
alegrarnos, y hemos de dar gracias al Señor por
ello, de todo corazón.
Pasemos a otra cosa. Se aproximan las
vacaciones, para los estudiantes y para los
aprendices, unos para descansar la cabeza y otros
para descansar las espaldas y los brazos. Yo
tendría que dar, a unos y a otros, algún buen
consejo para pasarlas bien; pero hay consejos
generales que pueden servir para todos. El
consejo, pues, que suelo dar es éste: cuando
estéis de vacaciones, aprovechad la libertad;
obrad mal, pero intentad esconderos en un sitio
donde el Señor no os vea: encerraos en una
habitación escondida de la casa, bajad a la
bodega, subid incluso al campanario, o escondeos
en lo más espeso del bosque, con tal de que no
esté presente el Señor. Pero no creo que haya
ninguno tan necio. Vosotros comprendéis en seguida
que es imposible esconderos a los ojos de Aquel
que ve al mismo tiempo todo en el cielo y en la
tierra. Este pensamiento nos debe ((**It13.428**))
acompañar siempre en todo lugar, en toda >>Y cómo
os atreveríais a cometer un acto que pueda ofender
al Señor, si El tiene el poder de dejaros seca la
mano en el instante en que os preparáis para
cometerlo, o entorpecer vuestra lengua, mientras
pronunciáis aquella mala palabra? Así, pues,
cuando os encontréis en casa, entre vuestros
amigos y compañeros, si alguno os aconsejara no
acudir a la iglesia, ir a algún lugar peligroso, o
hacer una acción mala, responded como hizo una vez
José, cuando en Egipto querían hacerle cometer un
pecado:
->>Y cómo puedo ofender en su presencia a mi
Señor?
Y nosotros, cristianos, debemos decir más
todavía: >>cómo podemos ofender en su presencia a
nuestro Dios, a Dios todopoderoso que nos ha
creado, a Dios misericordioso que nos ha redimido,
a Dios infinitamente bueno que nos colma a cada
instante de sus beneficios, a Dios justo que
podría con un solo acto de su voluntad quitarnos
esta nuestra mísera existencia?
>>Y no podría ser que nosotros, que vamos a ir
ahora a dormir, no nos levantáramos todos del
lecho, mañana por la mañana? >>Que alguno de
nosotros fuese encontrado muerto? Si mañana por la
mañana se esparciese la voz:
-Esta mañana ha muerto uno.
->>Quién?
-íDon Bosco!
-íOh pobrecito! íAyer estaba alegre, nos
hablaba y ahora ya ha pasado a la eternidad!
Lo que podría sucederme a mí le puede suceder a
cualquiera de vosotros. Muchos murieron comiendo,
estudiando, paseando, divirtiéndose. Por ejemplo,
ce dos o tres días en Lanzo, un sacerdote, el
reverendo Oggero, había predicado su sermón y se
paseaba alegre por el jardín con su párroco, que
le felicitaba por haber dejado satisfechos a los
oyentes, y haberse granjeado un gran honor, cuando
he aquí que, de pronto, siente que no está a su
lado. Se vuelve, mira, y lo ve tendido en el
suelo. Lo llama, le toma de la mano:
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