((**Es13.350**)
porque los bienhechores ((**It13.404**)) ya no
envían sus limosnas. Si don Bosco va a verlos,
abren sus manos, de lo contrario no dan nada.
En la primera quincena de agosto, volvía a
hablar con el mismo interlocutor sobre sus
agotadoras ocupaciones y decía:
-En esta situación, podría tirar adelante
todavía un poco, pero es imposible seguir. íAhora
estoy en los últimos esfuerzos de la
desesperación!
Y comenta don Julio Barberis:
<>.
El 30 de junio se paseaba, como de costumbre,
en el refectorio después de comer, y hablaba sobre
la dirección espiritual y la confesión, cuando se
le ocurrió decir a don Julio Barberis que
contestase en su nombre a un párroco, que le pedía
consejo sobre cómo guiar a una penitente
escrupulosa y poco dócil. Esta deseaba también
cambiar de confesor, pero el párroco, por miedo a
que se trastornase más la cabeza, no se lo
permitía. La contestación debía ser que, si la
mujer seguía yendo a confesarse con él, exigiese
ser obedecido y que, si siempre hace falta
permitir al penitente ir a otros, a esta clase de
personas hay que facilitarles y aun aconsejarles
el cambio de confesor, y, si después vuelven,
recíbaseles nuevamente y se exija obediencia,
pero, si de nuevo desean otro confesor, déjeseles
plena libertad.
Por la noche después de cenar, mientras
charlaban de mil cosas monseñor Ceccarelli y
algunos sacerdotes del Oratorio, se profirió la
palabra ((**It13.405**)) beata,
que es casi el vocablo propio para señalar a
ciertas mujeres muy dadas a toda clase de
devociones, pero de manera exagerada o indiscreta.
Don Bosco la oyó. Convencido de que estas mujeres
se comportaban bien, nunca quería oír que se las
criticase, por lo que repitió allí lo que había
oído a don José Cafasso:
-Las beatas son, las más de las veces, el
soporte religioso de un pueblo o de una parroquia.
Si no se las cuida o se las trata mal, disminuye
la frecuencia de los sacramentos. A veces resulta
un buen
(**Es13.350**))
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