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((**Es13.331**) Don Bosco había determinado salir para Roma el 15 de diciembre, le movía a ello el deseo de encontrar un arreglo con el Arzobispo, pero un asunto imprevisto le indujo a diferir el viaje. Aquel día, inmediatamente después de la comida, vio entrar en el comedor al teólogo Margotti con el conde de Castagnetto, antiguo ministro de Estado y senador del Reino. El viejo gentilhombre manifestaba tanto deseo por encontrarse con don Bosco que, habiéndole dicho equivocadamente alguno que había ido a comer con el párroco de la Crocetta, contestó: -íPaciencia! Iré a encontrarme allí con él. Iba nada menos que de parte del Arzobispo, el cual deseaba que fuera don Bosco a él para arreglar amistosamente toda controversia. El teólogo se regocijaba de ello, confiando firmemente en un próximo acuerdo, pero don Bosco, agudo observador, comprendió al punto por las palabras del Conde que Monseñor comenzaba aquellas gestiones de modo que se diera largas al asunto. Sin embargo, no puso obstáculos, tanto es así que aceptó en seguida la invitación, suspendió la salida y fue dos veces a conferenciar con el Arzobispo. Pero se dio cuenta todavía mejor de ((**It13.382**)) que había que estar alerta, pues Monseñor se ingeniaba por sondear los deseos e intenciones de don Bosco y quería descubrir con qué intentos se disponía a tratar la causa en Roma. En su visita del día 15, se había ofrecido el conde de Castagnetto a hacer de intermediario para todo lo que fuera necesario. Hombre culto, conocedor del mundo y excelente católico, quiso primero oír bien todo lo que había pasado entre las dos partes, después, llegado el momento oportuno, aceptó el encargo de don Bosco de continuar las gestiones con plenos poderes y le pidió que le entregara una protesta escrita contra el impreso anónimo. El Siervo de Dios puso sólo dos condiciones: que el Arzobispo considerase a la Congregación Salesiana como a las demás de la ciudad y que, para demostrar públicamente el término de las desavenencias, fuera a celebrar una misa o a presidir alguna función religiosa en la iglesia de María Auxiliadora. Nosotros no añadimos nada, ofrecemos sencillamente a los lectores dos documentos que lo dicen todo. El primero es una carta de don Bosco al Conde, escrita la víspera de su viaje a Roma. Benemérito señor Conde: He diferido hasta mañana mi viaje a Roma para esperar el efecto de sus buenos oficios ante S. E. Rvma., nuestro siempre veneradísimo Arzobispo. Usted ha podido ver cuán grande era mi deseo de llegar a un arreglo. Ahora me entero, con sumo pesar, de que sus hábiles diligencias resultaron inútiles. Paciencia. También en esto es forzoso adorar las disposiciones del cielo. El encontrarme al frente de una Congregación, (**Es13.331**))
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