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Don Bosco había determinado salir para Roma el
15 de diciembre, le movía a ello el deseo de
encontrar un arreglo con el Arzobispo, pero un
asunto imprevisto le indujo a diferir el viaje.
Aquel día, inmediatamente después de la comida,
vio entrar en el comedor al teólogo Margotti con
el conde de Castagnetto, antiguo ministro de
Estado y senador del Reino. El viejo gentilhombre
manifestaba tanto deseo por encontrarse con don
Bosco que, habiéndole dicho equivocadamente alguno
que había ido a comer con el párroco de la
Crocetta, contestó:
-íPaciencia! Iré a encontrarme allí con él.
Iba nada menos que de parte del Arzobispo, el
cual deseaba que fuera don Bosco a él para
arreglar amistosamente toda controversia.
El teólogo se regocijaba de ello, confiando
firmemente en un próximo acuerdo, pero don Bosco,
agudo observador, comprendió al punto por las
palabras del Conde que Monseñor comenzaba aquellas
gestiones de modo que se diera largas al asunto.
Sin embargo, no puso obstáculos, tanto es así que
aceptó en seguida la invitación, suspendió la
salida y fue dos veces a conferenciar con el
Arzobispo. Pero se dio cuenta todavía mejor de
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había que estar alerta, pues Monseñor se ingeniaba
por sondear los deseos e intenciones de don Bosco
y quería descubrir con qué intentos se disponía a
tratar la causa en Roma.
En su visita del día 15, se había ofrecido el
conde de Castagnetto a hacer de intermediario para
todo lo que fuera necesario. Hombre culto,
conocedor del mundo y excelente católico, quiso
primero oír bien todo lo que había pasado entre
las dos partes, después, llegado el momento
oportuno, aceptó el encargo de don Bosco de
continuar las gestiones con plenos poderes y le
pidió que le entregara una protesta escrita contra
el impreso anónimo. El Siervo de Dios puso sólo
dos condiciones: que el Arzobispo considerase a la
Congregación Salesiana como a las demás de la
ciudad y que, para demostrar públicamente el
término de las desavenencias, fuera a celebrar una
misa o a presidir alguna función religiosa en la
iglesia de María Auxiliadora. Nosotros no añadimos
nada, ofrecemos sencillamente a los lectores dos
documentos que lo dicen todo. El primero es una
carta de don Bosco al Conde, escrita la víspera de
su viaje a Roma.
Benemérito señor Conde:
He diferido hasta mañana mi viaje a Roma para
esperar el efecto de sus buenos oficios ante S. E.
Rvma., nuestro siempre veneradísimo Arzobispo.
Usted ha podido ver cuán grande era mi deseo de
llegar a un arreglo. Ahora me entero, con sumo
pesar, de que sus hábiles diligencias resultaron
inútiles. Paciencia. También en esto es forzoso
adorar las disposiciones del cielo. El encontrarme
al frente de una Congregación,
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