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yo, ni la Congregación Salesiana, quieren cargar
con responsabilidad alguna. Me duele mucho dar
nueva publicidad que parece provocará nuevos
impresos.
Sin embargo, obedezco e imprimiré lo que se
diga que es erróneo y que, por consiguiente, se
debe desdecir y condenar.
Le aseguro también que nunca he tenido ni tengo
animosidad alguna hacia V. S. y que considero una
gloria para mí poderme profesar de V. E. Rvma.
Turín, 12 de diciembre de 1877.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
El Arzobispo ya no contestó. Pero, el día 12,
por la tarde, el canónigo Chiaverotti pidió que
fueran a la Curia los dos clérigos Amerio y
Bonora, les presentó la carta del así llamado
Cooperador Salesiano y quiso que firmaran la
fórmula añadida a ella, de puño y letra de
Monseñor: <>. Una de dos, o firmar o renunciar a
recibir las órdenes. Los dos clérigos, que no sólo
no habían leído la carta, sino que ni habían oído
hablar de ella, quedaron atónitos y pidieron
leerla. Pasmados con aquella lectura, respondieron
que no sabían nada de nada y que, antes de hacer
declaraciones, tenían el deber de hablar con el
propio Superior, dispuestos a hacer lo que él
dijese. Con su negativa arriesgaron su ordenación,
pero, entre el decir y el hacer había de por medio
motivos de prudencia por parte del Ordinario.
((**It13.381**)) Muchos
lectores podrán creer una ignorancia afectada la
de los dos clérigos, y les parecerá imposible que
hubiese en el Oratorio salesianos desconocedores
de los últimos acontecimientos. Y, sin embargo,
hemos de decir que ésa era la pura verdad; dentro
de casa se desconocían realmente estas intrigas.
En efecto, don José Vespignani, que mantenía
continuos contactos con los superiores de la casa,
lo mismo que una gran mayoría de los hermanos, en
los despachos, en la mesa y durante los recreos,
tuvo tan poco conocimiento del caso que,
interrogado por nosotros sobre el asunto de don
Juan Perenchio y de las misas y sobre la
suspensión de don José Lazzero, nos aseguró, con
su extrañeza y la nuestra, que era la primera vez
que oía hablar de ello. Esto procedía de la
extremada reserva de don Bosco y del absoluto
dominio que tenía de sí mismo 1.
1 Uno de los que recibieron por correo la carta
anónima que don Francisco Giacomelli. Se dio prisa
por llevarla a don Bosco desaprobándola; también
la desaprobó el Beato y a un fulano, que quería
defenderla, le impuso silencio (Positio super
virt. Summ., n.° v, & 496).
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