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este asunto que ya hiede (se me escapó esta
palabra) y es causa de estupor y quizás, incluso,
de escándalo para los buenos. Usted, si quiere, lo
puede, y yo creo que según la moral del Ligorio
(único autor que ha sido aprobado nominatim por la
Santa Sede), así el Arzobispo como usted, tienen
sub gravi que ocuparse de acabar este asunto (como
los otros dos) iuxta mentem S. Sedis.
Al oír estas palabras tan tajantes, el padre
Carpignani mudó ligeramente de color, y apareció
en todo su semblante un aire de pena y confusión.
Después, con voz sumisa, me dijo:
-Reverendo Padre, veo que sus ideas y las mías
andan de acuerdo en este asunto. La gran cuestión
es la de los medios prácticos para llevarla a buen
término. Porque usted sabe que hemos de vérnoslas
con dos santos, firmes en sus ideas (yo
interrumpí: testarudos, quiere usted decir, como
todos los piamonteses).
Sonrió y luego siguió:
-Pero, hagamos así: pidamos mucho al Senor que
se digne poner su santa mano. Es admirable para
dicho: ambos creen actuar según los planes y
voluntad de Dios, y quizá ambos tienen algo de
razón y algo de culpa. >>Qué puede hacerse en este
caso?
Di la última respuesta que es ésta, y la dije
con voz grave y muy pausada:
-Por ahora V. R. no diga mi nombre al
Arzobispo, podrá decirlo más adelante, si lo cree
oportuno. Sepa usted, pues, por los informes que
tengo de Roma, que allá están cansados y hastiados
de todas estas cosas de la archidiócesis, tanto
que mucho me temo, se proceda aquí con el
Arzobispo como Pío IX ya procedió con otros, y
como procede ahora con el obispo de Niza, a pesar
de que tiene poderosísimos apoyos y es muy diestro
y astuto (como él no conocía el asunto, se lo
conté). Arréglense, pues, como es debido, según lo
quiere el Papa, todos estos graves asuntos, por lo
demás el próximo ano ya habrá quien piense en
ello.
El padre Carpignani balbuceó unas palabras y
después nos separamos muy serios uno y otro, y así
terminó la conversación.
Desde entonces, poco más o menos, el Arzobispo
no volvió a contestar ((**It13.348**)) a mis
cartas; sus amigos (a quienes vi) me trataron casi
con miedo. Pero sé que ha modificado algunas de
sus determinaciones y casi tiene miedo que se
escriba a Roma, por mí o por usted, querido don
Bosco. Esto, acerca del padre Carpignani, puede
serle suficiente.
Permítame que le diga que yo, en su lugar, no
habría consentido el no haber echado mano de los
privilegios de la Congregación en vida del
Arzobispo de Turín; es más, como jefe los
sostendría en Roma con todas mis fuerzas. Así
hemos hecho siempre desde san Ignacio hasta el
caso del arzobispo Darbois de París, que se vio
obligado a ceder. Por esta misma razón, no dejaría
correr el impedimento que el Obispo de Ivrea pone
a sus sacerdotes para decir misa en su diócesis;
además, haría incoar proceso canónico (el padre
Rostagno S. I. es el hombre indicado para ello)
sobre ese su curita novicio que fue suspendido
(después de salir de Ivrea) en una diócesis que no
era la suya. Si tiene culpa, pase; pero, si es
inocente, lo defendería en primera instancia en la
Curia Turinesa, de donde emanó la suspensión, y
después en la Curia Romana. Así lo hicieron los
santos fundadores. Un golpe bien dado impide
ulteriores ataques...
Permita bese humildemente su mano.
San Antonio Chieeri, día de san Miguel
Arcángel, 1877.
Su
afmo. servidor en Cristo
P. LUIS TESTA, S. J.
(**Es13.302**))
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