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a don Bosco en términos de afectuoso
reconocimimiento 1. El Siervo de Dios no olvidaría
las atenciones del benemérito abate.
El grupo menor de misioneros dejó Sampierdarena
dos días más tarde que los otros; lo escoltaba
monseñor Ceccarelli, que, retrasó la salida con
permiso de su Ordinario y volvía ahora a
Argentina. Aún no hemos dicho por qué vivía él en
América. Había nacido en Mantua; hizo los estudios
en Roma, y, cuando acabó de doctorarse en teología
y en derecho canónico, murió en Roma durante el
Concilio Vaticano monseñor Escalada, predecesor de
monseñor Aneyros. El joven sacerdote ofrecióse
entonces para acompañar sus restos mortales a
Buenos Aires y la Curia bonaerense compensó este
precioso servicio, confiando a Ceccarelli la
parroquia de San Nicolás de los Arroyos, una de
las más importantes de la archidiócesis. Lo demás
es cosa conocida.
Cuando él llegó a Sampierdarena de regreso de
su ciudad natal, el Beato ya estaba en Turín; pero
le había dejado una carta escrita seguramente en
latín, como acostumbraba hacer a veces por donaire
y en señal de confianza, sobre todo cuando quería
dar algún buen consejo. Esta es probablemente la
razón por la que Monseñor le contestó en latín. Su
carta es un documento del afecto y estimación que
don Bosco sabía granjearse de cuantos trataban con
él algún tiempo e íntimamente. Don Bosco era así:
cuanto más se le conocía de cerca, tanto más se
hacía querer. Y parece que, con la libertad de los
santos, no escatimara al benemérito ((**It13.325**))
Cooperador Salesiano alguna paternal amonestación
para bien de su alma. Así se lee entre líneas por
la respuesta; era ésta una forma de caridad
espiritual con la que el Siervo de Dios solía
recompensar los beneficios que recibía 2.
El grupito de monseñor Ceccarelli tenía que
embarcarse en el buque Miño, del Correo real
inglés, que tocaba Lisboa; por consiguiente
pareció oportuno ir por tierra hasta Marsella y
allí tomar un barco que navegase hasta la capital
de Portugal. Pero, la brevedad del tiempo y el
miedo a tener que aguardar demasiado la comodidad
de aquel pasaje, les aconsejaron hacer el viaje en
tren hasta Lisboa, después de una breve parada en
Marsella. Entre peripecias, que no son para contar
aquí y, después de una larga semana de viaje,
llegaron felizmente a la meta.
Deseosos de satisfacer la santa curiosidad de
los lectores que ansían conocer todo lo que salió
directamente de manos de nuestro Beato Padre,
abriremos aquí un breve paréntesis para insertar
cinco cartas
1 Bollettino Salesiano, enero de 1878.
2 Véase Apéndice, doc.28.
(**Es13.283**))
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