((**Es13.279**)personas
. Habéis de saber, queridos hijos, que hay hombres
que, a pesar de ser hijos de la Iglesia, son
malos, muy malos. Esos no hacen más que contristar
y hacer llorar a esta Iglesia y, si vienen al
lugar sagrado, vienen sólo para traer a él la
desolación y aumentar las angustias de esta pobre
Madre. Ahora bien, con éstos precisamente es con
quienes la Iglesia se hace terrible, es a éstos a
quienes la Iglesia, santamente indignada, envía
terribles castigos y penas, como lo vemos a diario
y siempre. Por otra parte, la Iglesia no es
terrible, sino benigna y dulce con todos los que
la aman, observan sus preceptos y le son devotos.
Depende, pues, de vosotros, queridos hijos, hacer
que esta Iglesia deje de ser terrible. Vosotros,
armándoos de gran celo, haréis que cese el pecado,
desaparezca la iniquidad de la faz de la tierra;
en una palabra, santificándoos en vuestra
Congregación, santificaréis a las gentes que viven
en aquellas remotas regiones y, entonces, veréis a
esta Iglesia volverse alegre, benigna y
piadosísima Madre, y prodigar a todos alegrías y
bendiciones.
Compendiando después su pensamiento, que
exponemos aquí sumariamente, tal y como se
((**It13.320**)) lee en
la Unit… Cattolica, del 16 de noviembre, concluyó:
-Amad, queridos hijos míos, a la Iglesia,
defended su honor, haced que los pueblos la amen:
éste es el recuerdo que os da en este momento
solemne el Vicario de Jesucristo.
Por último les anunció y dio una amplia
bendición.
Permitió después a los misioneros que se
acercaran y volvieran a besarle el sagrado anillo.
Cuando le llegó el turno a don José Vespignani,
dijo don Juan Cagliero:
-Este joven sacerdote no tiene todavía facultad
para confesar. Ruego a Vuestra Santidad se digne
concederle que pueda ejercer el sagrado ministerio
hasta llegar a Buenos Aires.
El Papa le dijo:
-Confesad, confesad. Os doy ahora todas las
facultades. Cuando lleguéis a Buenos Aires,
presentaos al Arzobispo y él os concederá las
licencias canónicas en firme.
El mismo don José Vespignani escribe: <> 1.
En los días siguientes uno de ellos, el clérigo
Carlos Pane, cayó enfermo. Mientras visitaban las
catacumbas de San Calixto le acometió
1 L. c., pág. 133.
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